El fútbol es aquello que haces bien en el área contraria o mal en la propia. Todo lo demás son solo caminos. Hay quien construye lindos puentes, quien opta por el bombardeo. Maneras y gustos. Pero quien gobierna esas dos zonas tiene el reinado. Y así está reclamando el trono Uruguay, con una candidatura poco efectista y muy efectiva.
Uruguay es trinchera. Es el arte de la guerra desde Luis Suárez a Godín, nunca queda claro cuál de los dos es más fogoso ante el rival. Sus jugadores se agazapan sin aparente sufrimiento. Les basta con estar ordenados en el campo para ser impenetrables, al menos por el momento. La sangre charrúa les mueve.
Uruguay es catapulta. Tiene una de las parejas más letales del Mundial, si no la que más. Tabárez tiene un tesoro con sus dos leones. Uno ya se ha desperezado del todo, el otro al fin empezó a saciar su hambre voraz. Luis Suárez abrió la lata, para anotar por segundo partido seguido; Cavani convirtió el triunfo en goleada merced a su primera diana de la competición.
Buenas armas, buenos escudos. Un país con peso y poso. Que empuja con el corazón de la grada y la cabeza de Tabárez. La sensación de fragilidad del técnico sobre su muleta es solo una foto errónea; los jugadores uruguayos le respetan como a un padre y oyen sus consejos, como si fuera a la vez su abuelo.
El técnico tiene a su equipo en un óptimo nivel de maduración. Le permite hacer cambios y mantener la estructura. Faltó Giménez, entró el clon Coates. Hubo refresco por banda, y el ejército celeste no lo acusó. Con muy buena pinta para soñar.
Sonó pronto el despertador
En diez minutos empezó a vender el pescado Luis Suárez. Jugador de mil revoluciones, en una falta desde la frontal cambió el fusil por la ganzúa. Vio la barrera hiperpoblada y le buscó las cosquillas a Akinfeev por su palo. Gol de listo y el partido empezó a morir.
El carácter competitivo de Uruguay, que apenas necesita ocasiones para marcar, tuvo el viento a favor de la actitud de los rusos, que se desesperaron demasiado pronto en busca del empate. Cheryshev tuvo el empate en el primer parpadeo tras el 1-0. Pero Muslera, el portero que ha hecho más paradas hasta ahora, detuvo el tiempo.
Inmediatamente apareció otro de los factores que propulsa a un equipo hacia las grandes cotas: la fortuna. Las musas fueron del pie iquierdo de Laxalt al cuerpo de Chersyhev. Y convirtieron al goleador de Cherchesov en verdugo. Autogol, 2-0 y grupo casi decidido.
Smolnikov desagradeció el regalo de la titularidad con dos amarillas prescindibles en ocho minutos. El partido se acabó. Más bien se transformó en otro particular de Cavani. Para no irse virgen de la fase de grupos.
Turno para Cavani
La segunda parte, agua en calma para los charrúas, tuvo el colmillo del goleador del PSG. Se desperó, se fajó, chutó contra Akinfeev y contra cuerpos de zagueros. Hasta que en la prolongación las musas premiaron su voluntad. Godín casi rascó el cielo con su salto y el meta ruso hizo lo humanamente posible. El león charrúa cazó su presa en boca de gol.
Rusia, que se dio cuenta de que todos los días no se juega contra Arabia Saudí ni Egipto, necesitará algo más que a Golovin, reservado, o media hora de Smolov. La competición se empina y se pone seria. Hacen falta muchas armas para sobrevivir. Las tiene Uruguay. Y escudos. Y hambre. Y raza. Y la moraleja de sus cuatro estrellas en el escudo pese a que ganó dos Mundiales. Porque el sudor vale el doble contra ellos.