Un año y el veneno sigue vivo en las venas del barcelonismo. Aún hoy muchos aficionados se preguntan cómo no fueron ellos los que jugaron contra el Tottenham la final del Metropolitano. Con un 3-0 de la ida, Messi en estado de gracia y un Liverpool castigado por las bajas de Naby Keïta, Salah y Firmino, estos últimos que habían dejado el tridente en púa, se llevaron un 4-0 que aún no tiene mucha respuesta del todo.
Hablamos de lo deportivo, porque ciertamente el Barça acabó atenazado por un bloqueo emocional que tuvo como colofón aquel ridículo gol de Origi en un córner de Alexander-Arnold que cogió a más de medio equipo mirando al infinito.
"Un trago de cicuta en esa copa linda", titulamos en esta casa aquella inesperada crónica. Así había bautizado Leo Messi la Champions en pretemporada, la que había prometido pelear como obsesión del capitán. Pero Klopp, con su sonrisa malévola, la envenenó hasta el punto de que hoy sigue cortando la digestión a los azulgrana.
Aquello se unía a la herida que aún estaba fresca por otra sonrojante eliminación europea el año anterior, cuando la Roma obró otra remontada impensable por la buena renta que traía el Barça de la ida y la diferencia de calidad entre un equipo y otro. La crisis por el coronavirus ha dejado todo en segundo plano. Sin embargo, si se retoma el fútbol, esos dos fantasmas volverán a estar presentes. En la vuelta pendiente ante el Nápoles y en lo que venga en hipotéticas futuras rondas.
El choque de ida resultó vibrante. Seguramente, el Liverpool no mereció tanto castigo, pero el colmillo de Messi acabó firmando lo que parecía una sentencia. Incluso en el último minuto de añadido Dembélé perdonó un mano a mano que por entonces quedó en anécdota, y a la postre se reveló como fundamental.
El Liverpool encajó entonces, tras diez triunfos consecutivos, la quinta derrota de la temporada. La quinta y la última. No le valió para ganar la Premier, pero sí la Champions. La cuestión es que el 'Never give up' que se leía en la camiseta de Mohamed Salah antes del inicio del choque se hizo realidad. Klopp enganchó a los suyos de inicio y el tanto de Origi a los 7 minutos dio fe a su planteamiento.
El Barça pudo haber igualado en alguna contra antes del descanso, pero pronto se vio que no era el día. Las piernas se fueron atenazando y Alisson paró lo que no en el Camp Nou.
La segunda parte está en la mente de todos. En dos minutos el recién entrado Wijnaldum hizo un doblete que forzaba la prórroga. Valverde hizo algún cambio, pero el equipo ya estaba fuera de sí. En el minuto 79, el pícaro Alexander-Arnold engañó sacando rápido un córner y Origi, el superhéroe de la noche, marcó a placer. Y ese veneno seguirá ahí. Al menos hasta que otra Champions llegue al Camp Nou.