La copa era linda, y lo es. Pero Klopp la llenó de cicuta, de un veneno más potente si cabe que el de Roma. Él, el arquitecto de milagros, con un ejército diezmado, desnudó al Barça. Frustró a Messi. Renovó su contrato como rey del infierno. Urdió la emboscada de la fe. Y Anfield, templo e infierno, se llevó por el sumidero al Barça.
Ocurrió. Era un milagro antes de. Era un milagro en la primera parte, con el Barcelona lanzando flechas fuera a unos pasos de la diana. Alisson, casi espantapájaros en Barcelona, fue un pulpo mitológico en su hogar. Ter Stegen encajó cuatro sudando tres veces menos que el brasileño.
Cuesta entenderlo tanto desde un bando como desde otro. Esta Champions inolvidable sumó al orgasmo del City-Tottenham una orgía de emociones en el Liverpool-Barça. Un desenlace a la altura de unas semifinales apoteósicas. Con menos fútbol que en la ida, pero con quintales de pasión en la vuelta. Dos galanes de chaqué se acabaron jugando el pase en el barro. Y pasó el más valiente.
El tren se detenía en Anfield. Pero no fue la última parada de metro hacia el Metropolitano, fue un túnel de tiempo hacia Roma, hacia otra 'caraja' olímpica del Barcelona. Este equipo no fue peor que aquel, víctima de un mal día; esta vez bastó una mala segunda mitad. Pero con un error imperdonable: un cuarto tanto de patio de colegio, con todos los defensores mirando al suelo, Origi pescando en primera línea solo y Alexander-Arnold opositando al empleado del mes con ese saque rápido.
A Jürgen Klopp, el cardiólogo del fútbol, se le habían caído varios superhéroes tras la épica batalla del Camp Nou. Así que decidió ir a la guerra con el eslogan de los que saben que van a morir: "Si no podemos, fracasemos de la manera más hermosa". Las crónicas de guerra dirán que sus hombres le siguieron como Hammelin, con superpoderes que esta noche descubrieron que poseían.
Ocurre muchas veces que uno está más cerca de ganar cuando sabe que todo está perdido. Juega sin prejuicios, sin miedo, con ese plus de endorfinas que dan la valentía y la inconsciencia. El 1-0 a los siete minutos fue la radiografía perfecta. Hasta que las piernas y los pulmones pronto recordaron las heridas del Camp Nou y del Newcastle. De no ser por Alisson, al descanso hubiera acabado la guerra.
Sin Salah ni Firmino; sin Superman ni Batman. Sin Keïta, un pilar de cemento, aparecieron hombres que ya están obligados a tener nietos para contarles lo que hicieron una noche de primavera en su hogar.
Origi, al que ya hay que buscarle un marco precioso para sus fotos del partido, fue quien abrió y cerró la puerta del infierno con el doblete de su vida. Pero el arma secreta estaba sentada en el banquillo.
Porque el Liverpool tenía poca gasolina, pero el corazón seguía siendo gigante. Solo hacía falta una varita que agitara de nuevo el partido. Wijnaldum, que entró al descanso por Robertson, otro buen giro de guion de Klopp, fue quien hizo el truco. Gol en el 54', gol en el 56', y eliminatoria igualada. 'Wijnaldum Leviosa', pura magia.
Si el Liverpool tocó sin la mitad de sus Beatles, cambiando violines por tambores de guerra, al Barça no le acompañó su solista. O al solista no le acompañó la banda. Messi, un personaje de Marvel durante toda la competición, que en la ida fue el Thanos que chasqueó sus dedos en la primera mitad de la resolución de Los Vengadores, acabó destrozado en la vuelta. Deshaciéndose como polvo en Anfield.
No se escondió, pero no descolló. Caminó solo por el infierno y marró algunas ocasiones. Un chupito para los que se acordaran del fallo de Dembélé en la última acción de la ida.
El Barça acabó boquiabierto; el Liverpool fue la viva imagen de ese gesto característico de Klopp sacando los dientes. Ese es el gesto de la gesta. Porque ese hombre, al que el fútbol le debe un título gordo por lo divertido que hace que sea, se transfundió en cada uno de sus hombres.
En un Mané que galopaba como gacela coja, pero que no dejaba de hacerlo. Con un Fabinho de marfil y un Milner con chasis de tanque. El Barcelona, en cambio, no encontró a sus referentes: Coutinho, que igual firmó su carta de despido con otro partido intrascedente. Busquets, de pronto con muchas arrugas en su cara y en su fútbol. Piqué, sin 'flow' ni 'hype'...
Ganó el Liverpool, fracasó el Barça. Entre impulsos, latidos y pulmones agrietados, el Metropolitano ya tiene a la mitad de sus huéspedes alojados. Por segundo año, en el último examen. Para ellos no será una copa linda, será un copazo.