El Valencia ha sufrido un espejismo en este inicio de temporada. Después de lo convulso del verano, con las miradas de los aficionados apuntando al palco de Mestalla y a las noticias del mercado de fichajes, el equipo armó su plantilla con quizá demasiados jóvenes para pelear por estar entre los mejores de la Liga. Una vez la pelota echó a rodar, eso sí, se dio un ejercicio de pundonor por parte de una batería de líderes tan precoces como capaces de cambiar el rictus serio de los hinchas.
Así, se lograron victorias ante el Atlético, que derrotó recientemente al Real Madrid en el derbi de la capital, o el Sevilla, que venía de ganar la Europa League al final de la pasada campaña. Con Javi Guerra, Hugo Duro, Fran Pérez, Cristhian Mosquera o André Silva como elenco protagonista, los seguidores empezaron a soñar con un año no tan de valle, sino de ilusión y ganas por saber adónde podían llevar estos chicos al club.
El empate ante el Almería, que parecía un tropiezo comprensible, era el primer síntoma de la crisis que se ha instalado en la plantilla estos días. A las tablas con la Unión Deportiva las siguieron 2 derrotas seguidas, ante la Real Sociedad y el Real Betis, que evidenciaron que, si esta es una categoría de niveles, los del Turia están, al menos de momento, unos cuantos escalones por debajo de los proyectos que miran a Europa.
Estas sensaciones van más allá de los resultados. Los de Rubén Baraja se mostraron muy inferiores, a nivel de juego, en un Benito Villamarín en el que Manuel Pellegrini propuso un estilo vistoso y alegre que pasó por encima de la expedición de Mestalla. Octubre acoge citas con el Mallorca y el Cádiz, 2 contrincantes potencialmente asequibles para el Valencia, pero será precisa una mejora temprana para opositar a la cosecha de los 3 puntos en ambos duelos.