Porque el Lille de los primeros 45 minutos merece el aplauso de todos. Un equipo que tuvo que desprenderse de su estrella en verano (Pépé, fichado por el Arsenal), pero que encontró en Osimhen al recambio perfecto, más barato y con sólo 20 años.
Los franceses mandaron al limbo el cartel de cenicienta. Un gol en el 97' en la ida ante los naranjas le arrojó el único punto de su casillero. Pero, ¿cuándo los números han podido explicar la grandeza del fútbol? Eso es lo que se preguntaron muchos en Mestalla cuando vieron lo que proponía el LOSC.
El balón fue del Valencia, pero la inteligencia, no. El Lille daba sensación de peligro en cada llegada. Y todas las peligrosas fueron suyas, hasta que Osimhen, el descubrimiento del año en Francia, puso Mestalla boca abajo. Un despeje se convirtió en una gran asistencia al hueco y el '7' no perdonó ante Cillessen, al que superó por debajo de las piernas para hacer subir el 0-1 en el 25'.
Tras el gol, los galos aprovecharon el runrún que suele imperar en el templo valencianista en ocasiones como esta. El Valencia estaba perdido. Aunque intentaba mirarle la cara a Maignan, meta visitante, Rémy, Osimhen y compañía se plantaban con facilidad en el área, aunque no ofendieron demasiado a Cillessen a la hora de rematar.
Cheryshev se rompió a la media hora y la entrada de Ferrán Torres le dio una clara mejoría al Valencia. Tanta que, hasta el pitido final del primer tiempo, los locales vivieron un subidón en su juego. Kang-In Lee, novedad en el once, y Rodrigo, con dos balonazos desde menos de un metro al cuerpo del meta rival, pudieron empatar. De hecho, la justicia poética habría borrado el 0 y apuntado un 1 en el marcador, pero los porteros suelen ser grandes enemigos de esta.
Segundas partes sí fueron buenas (al menos, esta)
Mestalla se vino arriba y fue, más que nunca, la sartén que todos conocen. Caliente, siempre reaccionando a cualquier elemento que se pose en ella y testigo de grandes creaciones. Pero esta vez, lo que muchos recriminan a la hinchada local se convirtió en fe. En ánimos. En aplausos. El aceite ya no saltaba, sólo se dejaba oír en ese placentero sonido del crujir de una comida en proceso.
Claro, gran parte de culpa la tuvo el arranque del Valencia. En el 55', Manu Vallejo reemplazó a Kang-In Lee. No estuvo mal el asiático, pero el ex del Cádiz hizo de su ambición un arma más que peligrosa.
En el 63', Rodrigo empezó a darle la vuelta a la tortilla. El huevo aún estaba jugoso, pero acabaría seco y más que hecho. El delantero provocó un penalti tras ceder atrás desde la línea de fondo y que Fonte, con la mano, diese esperanzas a los de Albert Celades.
Parejo, que erró una pena máxima en Londres en la anterior jornada, nos recordó al Ramos de España. Se quitó la espina a lo Panenka, seguramente, una de las mejores maneras de hacerlo.
El tanto espoleó a un Valencia que siguió remando, aunque no vio tierra hasta ocho minutos antes del final del tiempo reglamentario.
Fue entonces Gayà el que hizo valer tanta y tanta llegada desbaratada por la ansiedad y necesidad de la tabla. El lateral, un asiduo del pico del área rival, provocó el tanto en propia puerta de Soumaoro. El zaguero rozó su centro raso y, tras tocar en el palo, la bola hizo mover las redes y las gargantas de la grada.
No dio tiempo a que la angustia apareciese. Porque la victoria no peligró más allá de los dos minutos que tadó Kondogbia en firmar uno de los tantos de la jornada. Se sacó un zurdazo desde unos 35-30 metros para sorprender a Maignan y, ahora sí, ir preparando el plato para hincarle el diente a los franceses.
Ya en el 90', Ferrán Torres puso la guinda con un 4-1 que, junto al empate en Londres entre Chelsea y Ajax, deja el grupo a expensas de la 'final' ante los 'blues' para resolver ese triple empate a siete puntos entre españoles, ingleses y holandeses.