Si el Ajax nos mostró en Turín la vertiente más romántica del fútbol, el City y el Tottenham nos recordaron su lado más pasional. Fue un orgasmo continuado, una orgía de siete goles. Hay veces que apetece una cena y paseo de la mano. Y otras, como en el Etihad, que los cuerpos disfruten locamente. No hay mejor manera de definirlo, seguramente.
Podríamos aventurarnos a decir que fue el mejor partido de la historia de la Champions. Podrían sacarse del catálogo otros como la final que el Liverpool le remontó al Milan. En cualquier caso, la gloria puso en favoritos los 95 minutos de Mánchester. El mejor producto de marketing para la Champions.
Pasó el Tottenham, pero lo merecieron los dos. No lucieron camisetas, sino camisas de fuerza. Rotas a base de fútbol vertiginoso, de quilates de pundonor, de golpes a la mandíbula y una capacidad inagotable para soñar y porfiar. El fútbol que se practica en el patio del manicomio siempre encandila.
Hacer una crónica de lo visto es pretender ordenar el caos. Imposible a todas luces. El relato debe ser una sucesión de chispazos. Electricidad pura. Para empezar, un partido con piel de Premier y traje de Champions. Anarquía primitiva en la Ópera de Viena. Un intercambio entre el boxeador más fuerte y el más valiente.
Cuatro minutos necesitó el City para forzar la prórroga, en otros cuatro dio la vuelta al partido el Tottenham. Un minuto después de la remontada, Bernardo Silva devolvía la esperanza. Sterling hacía real el sueño poco después... 3-2 en 21 minutos. Y en la segunda mitad, monólogo 'citizen', gol de Agüero a la hora para dar el pase, tanto de Llorente con la cadera cuando su equipo estaba en la lona... y de postre, tanto anulado a Sterling en el 95' por un fuera de juego que en directo pasó desaparecibido. A ver quién lo mejora.
Eso es solo un relato frío de los hechos. Ponerse frente al televisor fue uno de los grandes placeres del año. Embaucador para el espectador neutro, taquicárdico, frustrante y redentor para los seguidores de uno y otro equipo. Clasificado, eliminado, clasificado, eliminado. Las musas enloquecieron: por momentos querían que pasara uno, y luego el otro.
Todo se entiende mejor desde los perfiles personales. Pues hubo héroes a espuertas. Puede que el mejor de todos se haya quedado sin semifinales. Kevin de Bruyne, soberbio, se puede marchar satisfecho por lo que salió de sus botas. Tres asistencias y zigzags dignos del mejor esquiador para volver loco a todo el que estuvo enfrente. Sublime.
Tampoco jugará ante el Ajax Son, aunque la ida, por la amarilla que vio como cuita de la guerra. El surcoreano, que había esquivado el servicio militar en su país, fue el soldado perfecto de Pochettino. Un frío ejecutor. Tres de los cuatro goles de la eliminatoria llevaron su firma. El vital de Londres, dos en cuatro minutos para verter aceite hirviendo sobre el que había logrado Sterling en el primer tiro a puerta para igualar la eliminatoria.
Sterling, otro de los que también dio un salto desde la segunda fila hasta el escaparate de la enorme tienda que es el fútbol. Ya está preparado para la élite. Le faltaba un golpe de microondas. Ha dejado de ser el jugador guadianesco que promete más que cumple. Ya es un producto más de la factoría Guardiola: un extremo que desborda y marca indistintamente. Al doblete le faltó la gloria del triplete por el ojo avizor del VAR.
Quedará señalado como héroe de héroes Fernando Llorente. Ahogaba el City, atosigaba, rondaba el quinto. Pero el riojano, literalmente, metió en cintura a los de Guardiola a 17 minutos para el final. Remató con los ojos cerrados. La bola, iluminada por los dioses, fue un gol de 'pinball': toque en la cadera y para dentro. Con el espíritu de Kane transfundido en él.
Y quedará señalado como villano Laporte. Dos malas entregas suyas propiciaron los primeros dos tantos; en la marca a Llorente incluso llegó a tocar con la mano. Tantos millones en defensas para que vuelva a ser el talón de Aquiles que deja fuera al Manchester en el momento de la verdad. El enemigo en casa.
Karpov contra Kasparov
Que no queden sin su ración de gloria los entrenadores, que dieron un tremendo homenaje al fútbol. Con Guardiola reinventando los espacios, falseando las posiciones. Para que De Bruyne fuera extremo y mediapunta a la vez. Para que Walker se convirtiera en otro atacante más. Para alcanzar el ataque total.
Gloria a Pochettino, muy valiente con su ejército de cobardes. Suplió la tremenda ausencia de Kane con osadía y apilando hombres de ataque. Y cuando la bisagra de Sissoko se le rompió mediada la primera mitad, tiró de Fernando Llorente. Aceptó el intercambio de golpes de Pep y combatió con firmeza. Sin miedo a perder.
Se clasificó el que perdió. Lloró el que ganó. El fútbol venció. Una noche bonita y digna de enmarcar, que deja un listón casi imposible para los últimos cinco duelos de la competición.
Pep Guardiola se volvió a encontrar otro precipicio a la hora de la verdad, Pochettino dio el salto que llevaba esperando toda la vida. Llegará a semifinales, el partido de las sorpresas, con bajas sensibles. Pero son heridas que esta noche no duelen.
Si has llegado hasta aquí, ojalá hayas visto el encuentro. Porque intentar definir bien toda esa locura resulta tan pretencioso como intentar ponerle palabras a un orgasmo.