Patrick Battinston acababa de entrar al terreno de juego, apenas 10 minutos antes. El partido estaba empatado a uno cuando un balón largo hacia el defensa francés a punto estuvo de acabar en tragedia.
Harald Schumacher, arquero de Alemania, era uno de los mejores del mundo en ese momento, pero esta jugada le cambió la vida. Pasó de héroe a villano para muchos.
Salió a cortar el balón y aunque vio que no iba a llegar, continuó y fue a chocar con su rival, quizá esperando llevarse por delante el balón. Saltó y fue directo a Battiston.
El choque fue brutal. El zaguero francés se desplomó sobre el césped, inmóvil. Schumacher siguió como si tal cosa, aunque luego en su autobiografía dijese que no se acercó por temor a las represalias de los franceses.
El infame golpe marcó su carrera para siempre. Se ganó una fama no del todo inmerecida de futbolista duro, temerario. De los que no tienen ningún respeto por el bienestar del rival.
Battiston perdió tres dientes y sufrió lesiones en varias vértebras. El fornido arquero alemán le golpeó de lleno en la cara con la cadera. Perdió la consciencia y el partido estuvo parado un tiempo, hasta que fue retirado en camilla, bajo la atenta mirada de su compañero y capitán Michel Platini.
No terminó su carrera ese día porque no tocaba, pero bien pudo haber sido otro mucho más infausto el desenlace. Lo más indignante de todo es que no fue ni falta.