El 28 de abril de 2020, Michael Robinson, una de las figuras más influyentes del mundo del fútbol, en especial del español por su labor como periodista, murió a los 61 años a causa de un cáncer. 365 días después de su fallecimiento, el eco de su leyenda sigue y seguirá siendo eterno.
Michael Robinson es el eterno acento del fútbol. Jamás morirá porque jamás será olvidado. Este miércoles 28 de abril, se cumplió un año de su fallecimiento a causa de un cáncer que puso fin a una carrera exitosa, influyente y legendaria tanto en el terreno de juego como fuera de él.
La suya fue una vida de dos dimensiones -de infinitas dimensiones, en realidad-. Como jugador, se ganó el cariño de toda Inglaterra luciendo con orgullo los colores de Coventry City, Preston North End, Manchester City, Brighton & Hove Albion, Liverpool y Queens Park Rangers. E irrumpió en España, donde se retiró prematuramente, de la mano de Osasuna, por una hiperextensión en la rodilla, articulación que llevaba mucho tiempo dándole quebraderos de cabeza.
Como periodista, presentador o comunicador, debutó en Televisión Española, de donde dio el gran paso al elenco de comentaristas de 'Canal+'. Los espectadores no tardaron en advertir de su singularidad y de su capacidad única para transmitir el sentir del fútbol.
De ahí que, poco después, participara del programa 'El Día Después', que ahonda en lo más curioso y puro del deporte. Michael llegó a ser el conductor del mismo entre 1994 y 2005. Más adelante, llevó su firma al nombre de un nuevo proyecto, 'Informe Robinson', donde sentó cátedra balompédica fin de semana tras fin de semana.
En diciembre de 2018, durante una entrevista en 'La Ventana', de la cadena 'SER', anunció que estaba sufriendo de un melanoma con metástasis avanzada. El aluvión de mensajes y muestras de cariño por parte de aficionados, hinchas, seguidores y figuras importantes del fútbol insufló ánimos a un Robinson que los agradeció en público mientras continuaba con su profesoral labor.
En los siguientes dos años, Michael peleó contra el cáncer sin perder la sonrisa. El suyo era un acento imperfectamente perfecto. No necesitó de una pronunciación exquisita para conjugar un hueco eterno en el corazón del mundo del fútbol. Él mismo lo dijo una vez. "Veo que nunca caminaré solo". Y no se equivocaba.