No es solo el pentacampeón del mundo. Es el paradigma, el gran referente. De Brasil no solo se espera el triunfo, se le piden martillo pilón y fantasía. Son cuatro años de impaciencia y expectativa, por eso duele. Por el momento, no hay muchas esperanzas estéticas. Eso sí, los de Tite empiezan a trazar una línea recta hacia el título.
Contaba Pelé tras el amago de esperpento contra Costa Rica que su Brasil, esa pléyade de estrellas del 70, habría ganado solo 1-0. "Porque la mayoría tenemos más de 75 años", argumentaba. Fue un chiste y a la vez un puyazo de la melancolía. El tiempo de la fascinación ha pasado.
Sí, se añoran bastante las varitas. Y no porque no las haya, sino por la falta de predisposición a usarlas. Baila menos, guerrea mejor esta versión contemporánea de la que siempre fue la selección más cautivadora de todos los tiempos. Tite ha construido una sólida estructura hacia el 'hexa'. Pero a cambio de un pacto con el diablo, renunciando a la magia. Y, quien renuncia a la magia, deja de soñar.
Esta Brasil no es de samba, pero sí de paso marcial. Va de menos a más, está marcando en el suelo uno de los caminos más fiables hacia el todo o nada de las eliminatorias. Su fútbol tiene el músculo de Casemiro, el cerrojo de Miranda, el equilibrio de Paulinho. No tiene aún la cara de Neymar, apenas tiene un aire esporádico a Coutinho. Dónde están los regates imposibles, los pases que inventan huecos. Dónde.
Le vale, de todos modos, en un Mundial mate, que empieza a confirmar que la gran cita ya no es un patio de colegio, sino una selva para la supervivencia. Parece que no ganará uno, que perderán los demás. Y ahí Brasil, que estos tiempos usa mejor el machete que la chistera, comparece muy bien colocada.
Gol del Barça
Paulinho abrió la zaga y el marcador como una flecha lanzada por Coutinho. En un gol con ADN Barça y harakiri de la zaga, dormida ante el desmarque. Pareció que erraba Stojkovic, con salida desesperada, pero solo intentaba apagar el fuego originado en el salón. El meta serbio, de hecho, evitó un mayor sonrojo. Para disgusto de Neymar, siempre abortado por sus manos.
A la 'verdeamarelha', ahora más 'grisamarelha', le valió un saque de esquina para confirmar su renuncia al maquillaje: fue Neymar quien asistió y Thiago Silva quien marcó. Un beso frío, sin flores ni bombones.
La sensación final del partido está fuera de concurso. Serbia, desesperada ante el milagro que necesita, se desgarró la camisa y pintó una autopista de peaje para las galopadas. Pero ni así respondió a la convocatoria la magia, que sigue de huelga en esta selección.
Solo Neymar, intentando facturar como un autónomo un partido convertido en concierto 'unplugged', quiso estirar el chicle. El resto de su equipo tuvo más artificio que fuegos artificiales. En lugar de mostrar colmillo, jugó a ser trilero ante la depresión balcánica. Coutinho, apercibido, se fue al banco. Capitaneó el juego árido de Fernandinho. Y jugaron a las cuatro esquinas con los serbios desangrándose. Brasil, echamos de menos tus ganas de divertirte.
Pudo haber sido un 0-3, incluso un 0-4. Pero no es el Brasil del 70. Ni el del 60, ni el del 90. Sí puede que sea la que firme la sexta conquista. Brasil quiere gloria; el resto del mundo, que vuelvas a jugar como en el patio del colegio.