Caszely, de ascendencia húngara como evidencia su apellido, siempre fue un futbolista comprometido. Desarrolló gran parte de su carrera en Colo Colo, pero a comienzos de los años 70 le vio las orejas al lobo, y decidió emigrar.
Nunca había ocultado su militancia en el Partido Comunista, y ante la deriva que estaba tomando Chile, con un enfrentamiento entre militares y gobierno cada vez más próximo, decidió hacer las maletas e irse a España.
Allá, en la antigua metrópoli, las cosas no estaban mucho mejor, pero la dictadura franquista estaba ya en sus últimos estertores, y Caszely pudo continuar su carrera, primero en el Levante y luego en el Espanyol, sin mayores problemas.
Pero en Chile la situación se había puesto más que fea. El 11 de septiembre de 1973 el general Augusto Pinochet, nombrado Comandante en Jefe del Ejército de Chile por el presidente Allende, dio un golpe de estado contra el gobierno democrático de la Unidad Popular.
En apenas unas horas todo había terminado. Los golpistas asediaron el palacio presidencial y Salvador Allende, de acuerdo a las tesis oficiales, cumplió su palabra de morir rifle en mano antes que entregarse a los que él denominaba como "traidores a la Patria".
Había comenzado la dictadura de Pinochet, una época terrible para todo aquel que se atrevise a pensar diferente al régimen. Fue una época oscura en Chile, donde los asesinatos y las desapariciones de opositores, intelectuales o simpatizantes de izquierdas estuvieron a la orden del día.
Caszely se libró de aquello, y en 1979, tras más de un lustro fuera del país, volvió a Chile. La situación se había tranquilizado un poco, pero el dictador seguía aferrado a su trono.
Ello no evitó que desafiase al régimen, claro está. Cada vez que marcaba un gol para Colo Colo en el Estadio Nacional, iba a celebrarlo a una grada vacía, cerrada al público. Se lo dedicaba a todos aquellos que desaparecieron en aquel estadio, reconvertido en los primeros días de la dictadura en un centro de represión, de tortura, de muerte.
El ídolo de la 'Roja' eventualmente acabó colgando las botas, pero su activismo no decayó. Resultó especialmente sorprendente su decidido apoyo al 'no' a la continuidad de Pinochet hasta 1997 en el Plebiscito de 1988.
Ocurrió, tal y como recuerda 'Goal', en un programa televisivo que estaba haciendo campaña abierta por el 'no'. Un día apareció en pantalla una mujer. Dijo llamarse Olga Garrido. Aseguró haber sido secuestrada, humillada y torturada por la dictadura.
Y entonces, los televidentes se quedaron de piedra. Porque la cámara giró y enfocó a una figura más que reconocible. Esa cara redonda, ese pelo rizado, ese inconfundible bigote. Era Carlos Caszely.
"Por eso, mi voto es no. Porque su alegría, que ya viene, es mi alegría. Porque sus sentimientos son mis sentimientos. Porque el día de mañana, podremos vivir en democracia, libre, sana, solidaria, que todos podamos compartir. Porque esta linda señora es mi madre", declaró ante las cámaras el ya ex futbolista.
El 'no' ganó 56-44% al 'sí', y Chile pasó página, aunque el dictador se fuese de rositas hasta su fallecimiento en 2006, de un infarto a los 91 años, gracias a sus propias leyes de amnistía. Aunque acabó sus días agobiado por la justicia internacional, falleció sin pagar por sus crímenes.