Lo único que había en juego en El Molinón, además del orgullo de los equipos, era una quimera. La SD Huesca aún tenía opciones de ser campeón de Segunda División, pero no dependía de sí mismo.
Tanto Míchel como Djukic probaron con unos onces poco habituales. Los suplentes ganaron mucho protagonismo en esta última jornada y eso se notó a la hora del juego de ambos conjuntos.
Las imprecisiones marcaron la tónica de casi todo el encuentro. Desde los primeros compases ambos mostraron que tenían el punto de mira desviado, casi parecían ir ya en chanclas por el césped.
Aun así, de vez en cuando se veía algún destello de Cristo por parte de la SD Huesca o de Álvaro Vázquez vistiendo la camiseta del Sporting. Aun así, tanto Yáñez como Mariño tuvieron poco trabajo.
El paso por los vestuarios no mejoró mucho el juego de los dos equipos. La SD Huesca parecía que quería, pero no encontraba el hueco ante una defensa asturiana muy bien posicionada.
No fue hasta los últimos quince minutos de juego que llegó el único tanto del encuentro. Cristo robó el balón, Okazaki inició la transición, Sergio Gómez puso el pase atrás y el propio Cristo volvió a aparecer desde segunda línea para acercar a la SD Huesca al título.
Pero los oscenses necesitaban aún algo más. Con eso no era suficiente. También necesitaban que el Cádiz perdiese en casa ante un Albacete que se jugaba el descenso.
Un penalti dudoso fue transformado por el Albacete a poco minutos del final y celebrado en el Molinón por los suplentes de la SD Huesca. Un año después de su descenso, los altoaragoneses regresan como campeones.