Subidones y amarillos en un flipante botellón de Pedri

Hay que remangarse para contar esto como se remangaron Barcelona y Atlético de Madrid para regalar una noche histórica de fútbol. Una ida de unas semifinales entre estos dos equipos podía desprender aromas de miedo, conservacionismo o respeto excesivo. Pero lo que podía haber sido una aburrida reunión de señores mayores sin mucho color en sus ropas y con semblante serio acabó siendo una fiesta de jóvenes alocados, con magia, con alegría y contagiando a todos con esa sensación única de tener el mundo a tus pies y toda una vida por delante.
El Atlético de Madrid, por momento, pareció pecar de ansioso. De dos buches, se bebió los primeros tragos de la noche sin esperar siquiera a todos los asistentes. Apenas habían pasado segundos y Szczesny ya tuvo trabajo: mandó un remate de Julián a córner, desde donde nació el 0-1. El propio argentino, en el segundo palo y muy cerca de ese poste, remachó una prolongación de Lenglet a centro de Griezmann.
Como si un coro de americanos estuviera jaleando al ritmo del descenso de la bebida por el barril, Julián lo volcó aún más y lo derramó sobre un sediendo Griezmann que esperaba debajo. La 'Araña', tras interceptar un mal pase de Koundé, aguantó en la izquierda un balón que, unos segundos después viajó en un pase perfecto hasta la bota de Griezmann, que entraba por el centro. El '7' recortó a Balde en el área antes de chutar con la derecha. Tras dar en Szczesny, la pelota se alojó en el fondo de la portería.
Pero este subidón inicial pronto cogería tintes de amarillo épico. El Atleti se vio encerrado por el Barça, un guion que no hay que traducirle a los de Simeone. Sin embargo, ese tímido equipo que parecía ser un invitado de bulto a la fiesta acabó sin camiseta, con la corbata en la cabeza y siendo el rey de la misma. De esto último se encargó un Pedri que recortó distancias en el 19', pero que hizo mucho más que eso.
El canario es el de antaño. E incluso más: es el proyecto que apuntaba a ser cuando empezó a maravillar en esto del fútbol. Por donde él pasa, parece que no hay césped. Es hielo la superficie. El balón se desliza como si no tuviera resistencia física ni humana y, para colmo, está dirigido por un cerebro sublime para el juego de la pelotita. Juega con suavidad y a la vez valentía. Es tan delicado como letal. Y encima, no está solo.
Raphinha es menos finura, pero más contundencia. Es colmillo, garra y determinación. En la banda contraria, está un Lamine Yamal que tiene reventado todos los techos que les queramos poner. Baila, corre, vuela, frena, sigue, hace caños y dibuja sonrisas en el césped con sus botas. Ante todo esto, no era de extrañar que el Atleti acabase mareado y con mal color.
Pudo empezar a hacerle sentirle mal Ferran Torres en el 12', pero mostró su versión pasada más 'memeable' con un error que repetiría más tarde. El '7' se quedó solo tras un pase al espacio de Raphinha y estaba habilitado. Se plantó ante Musso, pero no colocó bien el cuerpo y se precipitó en un remate centrado y muy mejorable. En el 32', cuando su equipo ya se había repuesto en el marcador, cazó una pelota suelta tras un mal pase de Pablo Barrios hacia atrás y regateó a Musso, pero, cuando fue a rematar, el balón se le quedó demasiado pegado a la bota.
Antes de ese segundo fallo, el Barça ya había igualado el partido. En el 19', Lamine Yamal encontró a Koundé con un pase al espacio con el exterior que el francés convirtió en un pase atrás a la zona caliente. Allí, Pedri, de primeras, remató con el interior de la bota derecha y batió a Musso con un disparo raso a la izquierda del portero. El tsunami se había desatado. Y en el 21', llegó el 2-2. Raphinha sacó un córner al segundo palo, donde Cubarsí saltó más que Pablo Barrios. El '2' remató de cabeza una pelota que dio en la testa del rival antes de colarse, pegada al palo, en una meta en la que aún no habían dejado de temblar las redes.
La fiesta se retroalimentaba entre la grada y el césped. El Barcelona estaba muy arriba (terrenal y emocionalmente hablando) y el Atleti era cada vez más pequeño. Apenas salían los visitantes de su área mientras Pedri se daba las vueltas que quería con sus mejores galas y sus ecuaces amenazaban a un tembloroso Musso desde cualquier parte del campo.
Entre tanto lujo, al final fue un obrero del fútbol el que culminó la remontada antes del descanso. Íñigo Martínez estaba completamente solo en el segundo palo y Raphinha puso allí un saque de esquina que acabó en el 3-2. El central, sin apenas vigilancia ni marca alguna, cruzó de cabeza la pelota para terminar de enloquecer a los fieles de Montjuïc. Llorente y Barrios, que marcaba a Cubarsí, estaban en esa zona y el primero de ellos se quejó de una falta en un bloqueo de Cubarsí. Con ese resultado, y tras un par de interos de Olmo y Lamine, se llegó al descanso.
El listón de ritmo y diversión estaba alto, pero el segundo tiempo lo igualó, lo pisoteó y lo acabó tirando por los suelos. Szczesny salvó al Barça en una acción que habría necesitado de tiralíneas: Griezmann parecía rozar el fuera de juego cuando De Paul le dejó solo con un pase desde la derecha. Sea como fuere, el polaco le ganó en el mano a mano.
El partido empezó a perder el orden. Las jugadas morían, nacían y cambiaban de colores a cada segundo, pero no llegaban a desembocar en las áreas. Con el paso de los minutos, el Barcelona quiso darle un poco de pausa a su dominio, algo que no beneficiaba a un Atleti necesitado de rápidas transiciones para hacer peligro. En cuanto le puso esa calma, rozó el gol. En una jugada al primer toque y con ese sello 'culé' que todos se imaginan, Pedri encontró a Raphinha con un pase de espuela que acabó en un disparo taponado por Giménez.
Lamine pidió penalti un minuto después tras dos recortes en una baldosa y una caída discutible ante Samu Lino. Empezaba el Barça a sentirse demasiado bien y Simeone se dio cuenta. Tanto fue así que en solo 13 minutos, desde el 55' al 68', ya había gastado sus cambios y sus ventanas.
De Paul, en el 64', pudo empatar el partido, pero, entre un control demasiado largo y la rapidez de Balde, su gozo se vio en un pozo. Fue creciendo poco a poco el Atleti, que se quitó algún complejo, mientras avanzaba el reloj. E incluso marcó, pero el gol de Griezmann en el 72' fue en claro fuera de juego. No así el de Lewandowski a los 74 minutos.
Flick metió al polaco, junto a Gavi, por Olmo y Ferran. Recompuso los dos cambios en el once que hizo. El resultado fue inmediato. Marcó el bueno de Robert, pero el gol fue casi todo de Yamal. En el perfil derecho del área, se fue de Reinildo y Samu Lino con un amago y una rápida salida hacia la derecha, buscando línea de fondo. Con la zurda, buscó un pase raso al corazón del área chica, donde Lewandowski solo tuvo que poner el interior de su bota izquierda para hacer el 4-2. El gol parecía confirmar el amarillo final de un equipo que no supo digerir sus tempraneros goles. Pero, como pasa en las fiestas, nadie sabía qué iba a deparar la noche en sus últimas horas. Y es que, como diría Amador Rivas, en las fiestas hay que aguantar.
Cuando mejor se lo pasaba el Barça, llegó la reacción del Atleti. Los olés en la grada, alguna ocasión de los locales y ese ambiente perfecto quedó empañado, primero, y roto, después, con los zarpazos de Marcos Llorente y Alexander Sorloth, que le hizo su 5º gol a los 'culés' en sus 5 últimos partidos.
En el 84', Llorente, en posición centrada en el área y cerca de la frontal, recibió de Correa desde la izquierda y soltó un derechazo con la parte exterior de la bota derecha ante el que nada pudo hacer Szczesny. Sí pudo, y lo hizo, en la que tuvo Correa en el 88'. El argentino empeoró la ocasión con su definición, que fue a parar a manos del meta. Y estas también tocaron el balón decisivo del partido, pero no lo suficiente como para evitar el 4-4.
Después de que dos niños saltasen al campo e hiciesen pararse el juego, Sorloth siguió con su racha ante los azulgranas e hizo el empate final en el añadido. Koundé defendió mal un pase al espacio de Lenglet dese su campo. Samu Lino recibió la pelota, se metió en el área por la izquierda y le regaló el gol en bandeja al noruego. De primeras, remató en el área chica y, aunque Szczesny se lanzó al césped y llegó a tocar la pelota, el balón entró.
El pitido final supuso la despedida a una noche legendaria. La montaña rusa de Montjuïc paró en la casilla de salida, esperando ansiosa a que, en la vuelta, los viajeros le echen otra vez la monedita para seguir bajando, subiendo, frenando y acelerando antes de decidir una eliminatoria que, paradójicamente, no se ha movido un ápice pese a todo lo vidido.