Al Celta le tocó bailar con la más fea si quería mantener la categoría. Los celestes asumieron el reto, no se achantaron y consiguieron los 3 puntos ante nada más y nada menos que el campeón de Liga, el Barcelona. Con muchas ganas. Con mucha 'afouteza e corazón'.
En los primeros compases del choque se pudo evidenciar como el Celta tenía algo muy importante el juego. Los de Carvalhal salieron con una marcha más, pero, pese a la iniciativa, las ocasiones llegaron sin apenas peligro.
La relajación es una tentación en la que es fácil caer, sobre todo, cuando no tienes absolutamente nada en juego como el Barça. Es cierto que los azulgranas no exprimieron al máximo sus virtudes, aunque tuvieron en su mano ponerse por delante en alguna que otra ocasión.
A Lewandowski se le veía con ganas. Quería su gol y no dudó en intentarlo. No obstante, también sacó a relucir su faceta como asistente con varios pases cruciales. No fue así como llegó el primero de los 'culés', aunque sí con su protagonismo.
Cabalgada de Marcos Alonso por la izquierda. Este jugó con Lewandowski, que le pegó mordida a la pelota, pero le quedó franca a Kessié, que marcó a placer. No obstante, la jugada se revisó y Pulido Santana cambio su decisión, anulando el gol por fuera de juego del costamarfileño.
Superado el ecuador de la primera mitad, el encuentro se animó y se convirtió en un auténtico ida y vuelta. Iván Villar evitó el tanto de Kessié, mientras que Carles Pérez remató muy centrado y desaprovechó un contragolpe de libro. Justo después, el '19' cabeceó desviado un centro de Lewandowski.
La recta final de la primera mitad se pudo decantar para cualquier lado, pero el fútbol hizo justicia y el primer tanto llegó para el que más lo intentó. Fue en el minuto 42 y por mediación de su niño maravilla, su diamante en bruto: Gabri Veiga. Recuperación del Celta en zona peligrosa y pase al hueco de Seferovic para Gabri Veiga. El '24' se metió entre los dos centrales y cruzó la pelota al palo largo de Ter Stegen.
El Barcelona trató de dar un paso adelante en la segunda mitad. El Celta, muy prudente, decidió adoptar un estilo de juego algo más conservador, pero sin olvidarse del ataque, con poderosos contragolpes por las bandas.
Los de Xavi Hernández ganaron presencia en campo contrario, pero las ocasiones no llegaban como era de esperar. Se vio un conjunto 'culé' con la pólvora mojada, o quizás con exceso de relajación.
Un regalo para toda la vida
Superada la hora de partido, el Celta comenzó a tocar con la yema de los dedos su gran objetivo. En el 65', Gabri Veiga se sacó de la chistera un centro-chut, que se fue envenenando y que acabó entrando por la escuadra de la portería defendida por Iñaki Peña.
Con desparpajo, con juventud, pero con la dosis necesaria de plena madurez futbolística. El '24' no pudo contener las lágrimas cuando fue sustituido y dejó una verdadera demostración de amor a unos colores con su actuación sobre el terreno de juego.
El choque entró en su recta final y el ritmo disminuyó considerablemente. Los nervios se apoderaron del Celta y el Barça no busco otra cosa más que maquillar el resultado y tratar de marcar, al menos, un gol.
Y así fue. Dembélé dejó otra de sus diabluras por banda y puso un caramelo en forma de centro para la cabeza de Ansu Fati, que entró desde atrás de manera brillante y colocó el 2-1 en el electrónico.
No hubo tiempo para mucho más. Balaídos cantó, sonrió y disfrutó de un equipo que, pese a todas las adversidades, consiguió mantenerse un año más en la máxima categoría del fútbol español. Todos los grupos se terminan tras una temporada, sobre todo, los equipos humildes. Pero si hay una cosa clara es que Gabri Veiga se ha ganado un hueco en el corazón celtista.