El recurso del juez es socorrido a estas alturas de la temporada. Un partido tiene mucho que decir en el resultado de un tercer equipo o en lo matemático de que un cuarto se clasifique para cierta competición. Si es así, que sea con Portu como toga suprema. En la visita del Barcelona al Girona por la jornada 34 de la Liga, entró al campo, marcó dos goles y dio una asistencia para definir el 4-2 con el que los de Míchel ganaron el encuentro.
Gracias a la cosecha de los tres puntos, los de Míchel garantizaron su presencia en la Champions League para la temporada que viene por primera vez en su historia. El técnico que llevó al proyecto de Segunda a Primera encuentra el éxtasis de una proyección moderna del fútbol en la que él es el máximo artífice. Ha interpretado y hecho propia una corriente que concibe de manera distinta las demarcaciones en el campo. Se prioriza ocupar más espacios que puestos y, vistos casos como este y el Bayer Leverkusen de Xabi Alonso, es efectiva.
Esta forma de alcanzar el éxito es uno de los motivos por los que la decepción, en el bando de Xavi Hernández, es tan dolorosa. El egarense es un apasionado del estilo de posesión de la pelota, ese que los albirrojos han abanderado a su manera, y, en su segundo compromiso después de anunciar que, al final, se quedará hasta 2025 como mínimo, ve a los suyos caer a la 3ª plaza y a su eterno rival, el Real Madrid, amarrar su 36º título doméstico.
Todo lo decidió un juez, ese juez supremo mencionado líneas atrás, que ingresó al campo bien entrada la segunda parte y que le cambió la cara al partido. Portu pisó el césped en el 65' y, a los 29 segundos, explotó un error grosero de Sergi Roberto, que entregó la pelota atrás sin comprobar cuál era la situación de su defensa y se la regaló, así, a Artem Dovbyk. Este aguantó un poco antes de asociarse con su compañero, en el área, a la derecha para una definición rasa por el primer palo de Ter Stegen.
Era el 2-2. En los compases previos, el Barcelona no solo estaba ganando, sino que porfiaba por la sentencia. Los azulgranas habían arrancado bien, con un golazo de Andreas Christensen a los 3 minutos, pero habían encajado prácticamente en la siguiente jugada merced a Dovbyk. Primero, el danés controló un balón bombeado de Lamine Yamal usando el pecho, se torció y chutó, de volea, al palo largo de Gazzaniga, que no pudo hacer nada.
Después, Iván Martín desembocó un ataque del Girona en un recorte frente a Ronald Araujo, al que dejó en el molde, y un telegrama hacia la cabeza de Dovbyk, que amartilló, con la frente, alrededor de Pau Cubarsí y ante un Ter Stegen que no contaba con demasiado margen para reaccionar. Gracias a estas dianas, el encuentro ganó en prisas, en velocidad, y se hizo más atractivo, sobre todo para el espectador neutral.
También dio relieve a las carencias defensivas de los dos sistemas. El de Montilivi lleva toda la campaña siendo arriesgado, lo que le ha valido por algún susto a la espalda de sus zagueros, así que entraba en los pronósticos que los 'culés' gozaran de ocasiones. El de Montjuïc volvió a encontrarse con errores ya repetidos en el pasado reciente y no encontró la manera de mantener la suficiente estabilidad atrás como para que la idea de Xavi arriba funcionara.
Por la disposición en el campo de sus pupilios, el estratega pareció invitar a Fermín López a disfrutar de mucha movilidad para explotar esa fluidez en las demarcaciones de los de Míchel. El joven centrocampista, de hecho, llevó a cabo algún desmarque a la retaguardia de David López que pilló desprevenido al '5', aunque no conectó con el gol. El protagonismo ofensivo se centró en Lamine Yamal, vencedor en su duelo individual con Miguel Gutiérrez, a quien incluso forzó a cometer un penalti.
La pena máxima ocurrió al borde del descanso, momento en que el extremo se iba de su par en velocidad antes de recibir una patada en el gemelo derecho. Hubo que revisar lo ocurrido en el monitor de la banda, pero el anfitrión impactó con la pierna de su contrincante sobre la línea, que forma parte del área, así que no hubo demasiadas dudas a propósito de un lanzamiento desde los once metros que Lewandowski, 'paradinha' mediante, bordó hacia el recoveco izquierdo de la meta -desde su punto de vista-.
Con tiempo para pensar en la pausa, el Barcelona volvió al campo interpretando bien lo que debía hacer para amarrar la victoria. Posesiones densas, más tranquilas y un orden más severo propiciaron que el guion lo fueran escribiendo sus camisetas. El problema es que el desenlace no se escribió cuando debía, que era en estos momentos de la cita, ni con un pase raso de Yamal hacia Lewandowski que Gazzaniga apagó ni con un zurdazo de Gündogan que el guardameta, asimismo, detuvo. El alemán sabía que era el periodo clave para anotar y se llevó las manos a la cabeza.
Es entonces cuando se produjo la fulgurante entrada al campo de Portu. Después de su 2-2, cabalgó un arranque tras una -u otra- pérdida de balón de los azulgranas en la medular y le cedió el cuero a Miguel hacia el corazón de la caja visitante, sede de un tiro del 'lateral' -su polivalencia exige comillas-, que se resarció de su penalti y, gracias a un rebote en Koundé, remontó. Más adelante, estos dos primeros martillazos hallaron compañía en el tercero, que el '24' asestó con un derechazo de volea inimaginable para contactar con un envío alto de Savinho. El chut se endiabló con un efecto de fuera hacia dentro rumbo al palo largo de Ter Stegen. Probablemente, sonó bonito en las redes. Pronto, las mallas recogerán el eco del himno de la Champions y sonará mejor aún.