Para loco, Rüdiger

Un final loco y un protagonista loco. Los dos, en el mejor de los sentidos. Para esos, para los sentidos, fue todo un deleite un Real Madrid-Real Sociedad que ni de lejos parecía, en el primer tiempo, que sería lo que terminó siendo. Los blancos dieron una imagen que no extraña en el Bernabéu: derrota tras ganar en una ida como visitante, dudas en defensa, arreones para remontar y algún ingrediente más que no resultan extraños en el paladar del 'merengue'.
Sí que puede extrañar a los aficionados de la Real ver a su equipo hacer cuatro goles fuera de casa. La falta de puntería lleva mucho tiempo poniéndole freno al proyecto de Imanol, pero, esta vez, no fue esa su condena. El cuadro donostiarra intentó matar al Madrid cuando pudo. Y en ocasiones se acercó a conseguirlo, pero la rapidez del 2-3 tras el primer tanto de Oyarzabal mermó unas opciones que acabaron muertas en la prórroga.
El gol de Rüdiger en el tiempo extra le dio a su equipo el pase a la final y la posibilidad de seguir soñando con el triplete. Y, de paso, le quitó más de un titular a su compañero de zaga (hoy relevo) David Alaba, que salió en la fotografía de tres de los goles realistas, así como a Andriy Lunin, gran responsable de que Oyarzabal, en el 93', mandase el encuentro a la prórroga.
En la primera media hora del partido, Barrenetxea y Endrick instauraron un 1-1 que vivió hasta el 72'. Desde ese momento, hasta cinco tantos deleitaron a los neutrales, alegraron a los que los marcaban y enfadaron a los que los recibían. El autogol de Alaba acabó con un guion demasiado previsible, plano y soso que reinó durante buena parte del choque.
La Real sabía que los espacios eran carne fresca para el Madrid. Por tanto, amasó más balón del que quiso usar. Dejó patente que, a veces, es más falta de finalización que de puntería su problema con el gol. Se acerca demasiado al balonmano y se aleja demasiado del fútbol con la búsqueda de ese pase perfecto que no siempre existe. Con lanzadores como Kubo y Sucic, es difícil de entender que abuse de la combinación 'sine die'.
Empezaron mejor los visitantes, pero pronto llegó el primer arreón blanco. Endrick, desatado siempre que juega, disparó en el 6' y dejó una chilena en el 8' que no entró de milagro. A sus ocasiones, le siguió una de Vinicius que Remiro mandó a córner solo unos minutos antes de que Barrenetxea abriese el marcador. Pablo Marín, omnipresente, peinó un balón que habilitó al '7' de la Real. Por la izquierda, entró a toda velocidad en el área y batió a Lunin por debajo de las piernas.
Como suele pasar, el guantazo hizo reaccionar al Madrid. Tres disparos en dos minutos, con acciones sin éxito de Rodrygo y Bellingham, dieron paso a algunos minutos de casi nada hasta el 30'. Fue entonces cuando Endrick empató el partido e igualó con Julián Álvarez como máximo artillero del torneo. Un pase de exterior de fantasía de Vini fue adornado con una picadita de su compatriota que metía, de momento, a su equipo en la final.
Hasta el descanso, los 'merengues' intentaron algún acercamiento con cierto peligro, pero con apenas dos tiros desviados de Vini y Endrick como resumen palpable. La Real se asomó bien poco al área de Lunin en una tónica que se mantuvo en el inicio de la segunda mitad, aunque la chispa se notó diferente casi desde el principio tras el paso por vestuarios.
Que Rodrygo intentase marcar un gol olímpico en el 47' ayudó a animar el cotarro. Siguió la fiesta Endrick, que se fue de su par y metió un pase de la muerte que le quitaron al propio ex de Santos en boca de gol. Se unió la polémica para terminar de encender el partido, con un manotazo de Remiro a Bellingham en el área que no tuvo mayor castigo por parte de Alberola Rojas.
El cuadro 'txuri-urdin' apenas inquietaba. Llegaba, tenía el balón e incluso controlaba que su guion no se fuese al garete, pero le faltaba algo de mordiente para llevarlo a cabo. Y de eso, de mordiente, tuvo el partido hasta reventar en la recta final. En el 70', la Real agitó el árbol con un fremate de Zubimendi que salvó con mucho mérito Lunin. Si acaso, en su debe, un rechace demasiado cercano que Oyarzabal, en el área chica, mandó dios sabe a dónde. Se había encendido la mecha, pero nadie sabía cómo de fuerta era la explosión que estaba a punto de darse.
Pablo Marín bailó sobre la línea de fondo y metió un pase de la muerte que encontró como mejor rematadora a la pierna de Alaba. Ese 1-2 en el 72' reactivó un ritmo que se tornaría en taquicardia constante. Tanto fue así que en el 80', los de Imanol marcaron el 1-3 y metieron un pie y algo más en la final. Oyarzabal, con un tiro que volvió a desviar Alaba y con ayuda del palo, superó a Lunin para poner al Madrid contra las cuerdas.
El Bernabéu, que ya disfrutaba de Mbappé en el campo, se vio tan asustado como en su salsa. Y claro, pasó lo que suele pasar. En el 82', Vinicius se fue de Traoré por la banda izquierda, metió un balón al área y Bellingham, de primeras, volvió a empatar una eliminatoria que se inclinaría hacia el lado local con el 3-3 en el 86'. Tras una clara ocasión fallada por Vinicius, con paradón de Remiro incluido, Tchouameni encontró a un blando portero en un remate centrado que acabó casi traspasando al meta para acercar a los blancos a la final.
Y aún faltaba la guinda. Oyarzabal decidió retrasar la programación de La 1 con un cabezazo en el área, de nuevo Alaba mediante (mal en la marca), que forzó la prórroga. La Real había logrado lo que normalmente solo hace el Madrid en el Bernabéu. Lo malo para los donostiarras es que el Madrid, al final, logró lo que solo el Madrid logra en el Bernabéu.
Antes de la prórroga, Remiro salvó el 3-3 con un paradón a Bellingham en un remate cruzado no muy diferente al que acabaría con las ilusiones realistas en el minuto 115. En un tiempo extra algo roto y con alternativas varias, aunque muchas del lado local, llegó el gol decisivo. Antes del córner, entre Mbappé y Brahim erraron una clara ocasión que, gracias a Rüdiger, les dejará dormir esta noche.
El central metió la cabeza, con la ayuda de una mala marca por parte de la defensa rival, que hizo enloquecer a la grada. Y a él, claro, que vio la amarilla tras celebrarlo con los aficionados. Remiro no pudo hacer nada para evitar que el remate a bocajarro del alemán desnivelase la balanza por última vez y le diera el empujón necesario a los blancos para alcanzar la final.