Da la sensación, por lo visto hasta ahora en Alemania y este primer sorbo en España, que los títulos caerán para los que menos resbalen, no para los que corran más. Al Barça, en su primera aproximación de este fútbol sin eco ni altas temperaturas, le valió con un paseo para tachar uno de los once partidos en la cima de la clasificación. Una victoria plácida sin manchas en la camisa ni necesidad de quemar mucho combustible. Y aun así, un incontestable 0-4.
El equipo de Setién ganó andando y con la habilidad de pegar tres martillazos oportunos: nada más arrancar el encuentro, cuando el Mallorca amenazaba con espabilar y a diez minutos para el final, para evitar sustos extemporáneos. Luego, en el añadido, la guinda de la pastelería rosarina, la de un Leo Messi que en su tanto dejó dos mensajes clave: que no quería irse del reinicio sin gol (ya está en 20) y que no había lugar para dudar de su musculatura. Ha cambiado su cara, ahora sin barba, y su peinado, pero no su hambre. La competición podría retomarse en Saturno y allí también seguiría siendo decisivo.
La rareza de los nuevos estadios es una borrachera de cloroformo para los equipos pequeños, tan necesitados siempre de ese alto nivel de excitación para tratar de luchar contra armas más punzantes que las propias. El Mallorca lo sufrió especialmente. Sin darse cuenta, ya iba perdiendo a los 63 segundos.
Ese escenario es gloria bendita para equipos como el Barça, que encontró una alfombra roja en el rebautizado Visit Mallorca Estadi. Mientras aterriza en la nueva normalidad, se engrasa y se mide contra rivales que le exijan más, comenzar ante un rival menor y sin apoyo de la grada fue una bendición. Fue maravilloso viajar hasta Mallorca y darse un paseo de tres puntos. De tres y de cinco sobre el Madrid, que redebutará ante el Eibar con esa desventaja.
Fue Arturo Vidal, cuyas revoluciones son producto de una combustión interna, quien se coló en la fiesta de los delanteros en el primer ataque. De Jong robó, Jordi Alba (notable encuentro el suyo) centró y el chileno se tiró como un kaza a cabecear el balón. Jugar con él es una moneda al aire, pero cuando sale cara, Vidal ofrece corazón y llegada.
Decíamos que fue él y no ninguno de los delanteros que estaba bajo el foco quien clamó protagonismo. Con Suárez en el banquillo, era de esperar, entre Griezmann y Braithwaite jugaron a falso '9'. Antoine volvió a ser 'Grismann', aunque, como todos, tiene el atenuante del primer día. El danés tampoco lució, pero mostró más olfato y cumplió con la mayor exigencia que tiene un delantero en el Barça: marcar la ocasión que tuvo. Por la frialdad del ambiente o porque le supo a poco, lo cierto es que no festejó el 0-2. Curioso.
Ese tanto, a ocho para el descanso, apagó cualquier intento de liderazgo de Kubo, quien poco antes se encontró con que Ter Stegen es de esos porteros que da puntos y complicó el debut como titular de Ronald Araújo. El Barça, que había pasado a jugar en marchas bajas, se evitó así esos clásicos sustos como los del Ciutat de Valéncia o el campo del Espanyol.
Messi da un paso al frente
Además de la goleada, lo mejor que se lleva el aficionado 'culé' es la certeza de que Messi está para competir. Las sombras de una lesión muscular se disiparon. En todo momento, el tono del argentino fue reivindicativo. Al principio del choque, con pases rompiendo líneas; luego, dando un par de asistencias. Con la victoria enjaretada, se afanó en conseguir su tanto, que llegó en tiempo añadido. De no haber marcado, también habría dejado el mismo aviso para navegantes: quiere la Liga, quiere la Champions y, sobre todo, quiere que sus compañeros sepan que pueden confiar en él para ello.
Para ese tramo final, dos de sus mejores socios históricos, Jordi Alba y Luis Suárez, se habían dejado ver. El lateral, rompiendo líneas para hacer el 0-3, firmó el tanto que empezó a bajar el telón a once minutos para el final. El uruguayo retornó cinco meses después. Demasiado tiempo para tener esos colmillos inactivos. Se movió, dio a Leo su gol, perdonó un mano y creó zozobra en la zaga del Mallorca. La sensación de que lo mejor del ataque azulgrana está aflorando flotó por el campo local.
Nos tenemos que ir adaptando a este fútbol. El Barcelona sacó petróleo de su pragmatismo en su primera toma de contacto. Un fútbol a puerta cerrada en el que un espontáneo saltó al terreno de juego y se hizo un 'selfie' con Jordi Alba, así de surrealista. Pero en el que una cosa no cambia: Leo Messi es pura ambición y el factor más diferencial que hay.