De algún modo, el nuevo ciclo del Bayern ha empezado sin esperar a la próxima campaña. El palo ante el Liverpool fue durísimo de digerir. Sin embargo, los reyes no están hechos para hincar la rodilla, y el de Alemania es tozudo y orgulloso. La temporada ha terminado con un doblete que sabe mejor que otros años.
Porque esta temporada el guion ha sido inverso al de otros cursos, en los que el equipo muniqués tenía la Bundesliga ganada con antelación. Esta vez hubo que reconquistar todo. Se rebasó al Borussia Dortmund casi con foto-finish en liga, se sufrió en varios tramos de la Pokal, incluida la Copa.
Los dirigentes reaccionaron bien a la necesidad de recomenzar con el fichaje de Lucas Hernández. Pero la cuestionada plantilla también lo hizo. Los que se irán lo harán con dignidad; los transferibles han aumentado sus prestaciones; los que heredarán el legado han dicho que están listos para la exigencia.
Y Kovac, discutido y funambulista al que desde su propia casa intentaron hacer perder el vértigo, ha firmado una campaña mejor que la de su antecesor. Volvió el doblete a casa. Él, al fin relajado en las celebraciones, es el técnico de la Bundesliga. Y el que devolvió el título de la Pokal arrebatado el año pasado. El segundo seguido para su estadística tras tres finales seguidas.
El de siempre y otro héroe inesperado
El último episodio no pudo ser más poético. Porque Neuer no solo reapareció; rejuveneció. Sus dos manos para evitar el 1-0 y el 1-1 en momentos clave fueron una secuela de Regreso al Futuro, una aparición mariana de ese guardameta imperial que conquistó los palos de toda Europa.
Hummels fue más inmenso que el gigante Süle. Impenetrable, con trazas de medio centro, hasta delantero sumándose a la contra para marcar. Robben y Ribéry, Robbéry, aparecieron en el último acto para despedirse haciendo lo que mejor han transmitido al legado muniqués: ganando por decreto.
Un guion de fábula con la firma final del de casi siempre. Lewandowski, nombrado el mejor de la final, abrió y cerró el duelo. Con un escorzo propio de '9' experto en estos ecosistemas, puso el 0-1 cuando la camiseta del Bayern estaba empapada en sudor. Y cerró el duelo corriendo como un bisonte ante su par, definiendo con gracilidad de un cisne ante Gulacsi.
Le pidió una página de protagonismo Coman, que acabó con el precioso ida y vuelta de la segunda mitad gracias a un gesto propio de una final. Convirtió un amago de disparo en un recorte sutil, acabó así con el central y no se complió en la definición del 0-2.
El RB Leipzig, valiente en su rol, pagó un doble peaje: su falta de puntería y el carácter omnipotente de un Bayern de Múnich que recordó cómo ha labrado su grandeza: marcando cuando sufre, marcando cuando se siente a gusto.
Y así cayó el decimonoveno título copero de los bávaros, que ya han comenzado la temporada que viene: recordándole a Europa que, las pocas veces que caen, se levantan furiosos.