No estaba enfadado con Sarri, lo estaba consigo mismo. Probó fortuna en siete ocasiones, en los 81 minutos que disputó en La Tumba de Salónica, pero no estuvo fino.
Sólo uno de sus siete disparos fue entre los tres palos, y se lo paró Paschalakis. Pero fue aún peor: la mejor definición de Morata en mucho tiempo, una sutil vaselina a la salida del portero, acabó anulada por fuera de juego.
Morata terminó el partido frustrado, y cuando vio el cartelón con su número, estalló. Se fue al banquillo refunfuñando, maldiciendo, visiblemente contrariado.
Sarri le abrazó, pero él no estaba para consuelos. El banquillo visitante del PAOK pagó su enfado. Morata acumula ya 263 minutos sin ver puerta, desde el 18 de agosto, ante el Arsenal en la Premier.