Cuestión de detalles. Como la vida misma. Así es un partido de fútbol. La posesión, la intención, la voluntad, los méritos, las ocasiones... Todo ello es, sin duda, sinónimo de estar más o menos cerca de la puerta, pero para derribarla solo valen goles y detalles tan determinantes como los que se vieron en Budapest.
Si quieren, les invito a que entiendan, conozcan o recuerden el partido en apenas un puñado de palabras. En-Nesyri falló un mano a mano en el 88'. El palo, Neuer y solo unos centímetros le negaron el gol al marroquí en la prórroga. Y poco después, Diego Carlos regaló un córner que nunca tuvo que existir, pero que, por caprichos del fútbol, acabó decidiendo la final. Lo que hablábamos, cuestión de detalles. De centímetros. De milésimas de segundo.
Porque de espíritu, ¡ay amigo! Poco se le puede decir a este Sevilla. Un equipo hecho con apuestas, con menos lujos y oros que otros que esta noche vieron la superfinal desde casa. Desde mansiones carísimas y repletas de ego, pero sin Supercopa.
Lopetegui llegaba de rebote y denostado tras aquellos capítulos para olvidar de la Selección y el Real Madrid. Bono jugaba en Segunda. Diego Carlos, en el Nantes y Koundé, en el Girondins de Burdeos. Ocampos vio su 'hype' más que reducido en el Marsella, pero de la mano de Monchi, que también volvió tras un salto hacia abajo en Roma, todos pasaron a ser jugadores de primer nivel.
Esa fe, ese espíritu y esa unión es la que hizo que el 2-8 de Lisboa ni apareciese por Hungría. Muchos daban al Bayern como claro favorito, pero fue el Sevilla el que golpeó primero con acierto. Sin él sí que asustó el cuadro de Flick, un hombre que llegó al banquillo para un rato y lleva una Bundesliga, una DFB Pokal, una Champions y una Supercopa en su maleta. Un macuto que apenas llevaba un par de calzoncillos cuando llegó y que ahora no cierra con tanto trofeo.
Los primeros minutos se jugaron en el área del Sevilla, pero un penalti justito a Rakitic revoleó todas las quinielas. Alaba cargó contra el croata y Ocampos asumió la responsabilidad. El argentino engañó a Neuer en el 11' e hizo soñar a los 500 aficionados que llegaron contracorriente al Puskás Aréna.
Disfraz de cordero, espíritu de Champions
El gol, como se podía intuir, le dio protagonismo al Bayern. El Sevilla se metió atrás como reconociendo la superioridad de su rival, pero era pura fachada. Piel de cordero, espíritu de Champions. El rodillo no aparecía o, al menos, no pasaba del centro del campo. Pero los de Flick fueron adelantando líneas y Koundé y Diego Carlos, dos estrellas (aunque este cartel no suela recaer en defensas) de los éxitos hispalenses, empezaron a tener trabajo.
Müller ya cantaba gol con su remate en el área chica cuando el francés, desde el suelo, mandó la bola a córner en el 21'. Pavard, poco después, no encontró la escuadra con un remate claro y, a la media hora, Lewandowski intentó una vaselina ante Bono que engañaría a quien no conociese al polaco. No tuvo su día de cara a gol, aunque fue clave en el empate de los suyos.
Este llegó en el 34' por medio de Goretzka, pero gracias al bueno de Robert. El '9' firmó una dejada de cara en el área idónea para que el ex del Schalke 04 batiese a Bono con un remate cruzado. 1-1 y vuelta a empezar, pero con casi una parte ya en el historial.
Respondió al minuto el Sevilla, pero De Jong vio anulado su gol por un fuera de juego de unos centímetros. Fue lo último reseñable de una primera mitad que daba un respiro al sevillismo.
La reanudación dejó un gran susto al cuadro de Lopetegui. El Bayern marcó el 2-1, pero Lewandowski partió en fuera de juego y dejó sin efecto el tanto casi de videojuego que había fabricado con Müller en el área chica. Antes de la hora de partido, Gnabry, siempre presente y con la mano levantada, se topó con una mano inmensa de Bono que seguía frenando al cuadro bávaro.
Otro gol anulado al Bayern en el 63' volvió a hacer sudar al Sevilla. Y con razón, porque la falta como mucho liviana de Lewandowski no parecía tal, pero lo fue a efectos prácticos.
El segundo tiempo parecía bajar en ritmo, pero los últimos minutos tuvieron un arreón del Bayern que hizo temblar a los sevillistas. Cuatro llegadas en cuatro minutos hicieron recordar al rodillo al que todos temían, pero Bono y la mala definición de los campeones de la Champions permitió que el 0-0 llegase a ese minuto 88.
Cuestión de detalles
Fue ahí cuando En-Nesyri, que entró por De Jong en busca de una movilidad que apareció, falló la ocasión que le impedirá dormir y sonreír más de un día. Se plantó solo ante Neuer para darle la razón a Lopetegui, pero fue ahí cuando se echó en falta las otras condiciones de un delantero. La definición no fue la mejor y Neuer sacó una gran mano para llevar todas las manos de Sevilla a las caras de sus respectivos sueños.
Llegó el final de los 90 minutos en Budapest y todos aún recordaban esa ocasión. Pero poco después cambiarían esa imagen por la del palo del marroquí, que lo hizo todo perfecto y solo Neuer, la madera y un posible fuera de juego le podían dejar sin resarcirse y evitar un trauma futbolístico.
Decir suerte no es ser justos. Aunque es necesaria, pero un último detalle, quizá alejado de la fortuna, desequilibró la balanza. Diego Carlos mandó a córner un balón que parecía ser claro para Bono. Y la cara de ambos parecían predecir lo que se venía.El portero repelió la volea de Alaba sin demasiada suerte en su respuesta tras el saque de esquina y el balón le cayó a Javi Martínez, que entró poco antes, para que el español la llevase a la escuadra.
Martínez no tenía la labor que sí encomendaron a En-Nesyri. El despeje de Bono no tuvo el mismo final que el de Neuer. Pero la vida, como el fútbol, es cuestión de detalles. O de suerte. El Sevilla tuvo espíritu y motivos para dormir con la conciencia tranquila. Pero no con el trofeo bajo el brazo. Nadie dijo que el fútbol, como la vida, fuese justo.