Putin tiene motivos para la euforia. Viajó a Helsinki para la cumbre con el presidente de EE UU, Donald Trump, con los deberes hechos. Rusia demostró al mundo que puede organizar un evento internacional al mismo nivel que China o un país occidental.
De hecho, lo primero que hizo Trump fue felicitarle por organizar "uno de los mejores Mundiales de la historia". "Estamos encantados de que nuestros invitados lo vieran con sus propios ojos, que superaran mitos y prejuicios", comentó el presidente.
Putin no quiso acaparar toda la atención y se mantuvo en un segundo plano. Sólo acudió al partido inaugural y a la final. Pero nadie duda de que el Mundial es una medalla que se colgará el jefe del Kremlin. Hubo dirigentes que boicotearon el torneo como Reino Unido, Suecia o Polonia, que consideraban que acudir era legitimar al jefe del Kremlin, pero los mandatarios de los otros tres semifinalistas, Francia, Bélgica y Croacia, sí aceptaron.
Al líder ruso no le gusta el fútbol, pero el Mundial era un proyecto hecho a medida para que Putin pudiera cumplir sus planes de convertir a Rusia en un país moderno. En este estado de euforia, el presidente ha anunciado la voluntad de extender hasta finales de año la exención de visados para los aficionados con FAN ID.