En la lista de talentos perdidos, olvidados para el gran público, hay un sitio preferencial para Sebastian Giovinco. Aquel pipiolo que destelló muy pronto en una Juventus campeona ahora es la estrella junto a Ibrahimovic de la MLS. Perdió la fe en la élite, en sus posibilidades, y se dejó llevar por un contrato que blindó su vida.
Nacido en Turín y hermano de Giuseppe, un futbolista que apenas levantó el vuelo de las categorías más bajas del país, Giovinco tocó la cantera de la Juve con apenas nueve años. Pronto destacó y fue el descenso de la 'Vecchia Signora' a Serie B lo que le abrió las puertas del primer equipo.
En su debut, el menudo mediapunta dejó una asistencia para Trezeguet. Fue su carta de presentación, aunque sin embargo no le valió para asentarse. Era demasiado joven y su talento, indiscutible, se terminaba evaporando a menudo por su facilidad para buscar el lucimiento personal.
Se marchó cedido al Empoli junto a Marchisio, regresó y completó dos temporadas de luces y sombras. Los Del Piero y compañía le dejaron con pocas opciones de jugar, pero la Juve no quería perderlo. Por eso se marchó de nuevo a préstamo al histórico Parma, en el que cuajó dos cursos excelsos.
Esas actuaciones le sirvieron para ser llamado por la 'Azzurra', con la que hasta la fecha solo ha podido disputar 23 encuentros y anotar un gol. Demasiado poco para Giovinco que, cansado de no cuajar en la Juve y alentado por los dólares que le ofrecían en Toronto, puso rumbo a Estados Unidos. No tenía ni 28 años.
Estaba en plenitud, pero aquel príncipe llamado a reinar jamás eclosionó como se esperaba. En Toronto, Giovinco es capitán general. Elegido mejor jugador de la competición en su primer año, el italiano acumula 82 goles y 48 asistencias. Por eso Mancini se ha vuelto a acordar de él casi tres años después.