Iba a ser la joya de la corona de Sevilla. El magnífico estadio que debía ser usado para unir a Betis y Sevilla bajo un mismo techo. Porque, si Milan e Inter o Roma y Lazio compartían estadio, ¿por qué béticos y sevillistas no?
Obviamente, la propuesta obtuvo como respuesta la carcajada de ambas aficiones, aunque los clubes en su momento firmaron. La ciudad de Sevilla se encontró, de repente, con un estadio de 60.000 localidades al que había que dar uso.
El Mundial de Atletismo de 1999 fue todo un éxito (pese al incidente en la inauguración con las falsas Giraldillas), y la sociedad que lo gestionaba (juntos en diferente porcentaje participativo la Junta de Andalucía, el Gobierno de España, el Ayuntamiento de Sevilla, la Diputación de Sevilla y los dos grandes clubes de la ciudad) se encontró en una situación inesperada.
Porque, en efecto, Betis y Sevilla tienen participaciones en el monumental estadio, pero el compromiso de trasladarse a él cayó en saco roto.
Sevilla tenía en la recámara dos candidaturas olímpicas, pero los Juegos de 2004 fueron a parar a Atenas y los de 2008, a Pekín. La Cartuja albergó conciertos y tres finales de fútbol (dos de Copa y una de la UEFA), además de varios partidos de la Selección.
También albergó dos finales de la Copa Davis de tenis, y el Betis, de forma excepcional por el cierre del Villamarín, jugó algunos partidos de Liga en 2007.
Pero poco a poco el estadio que nunca fue olímpico cayó en el olvido. Hasta que hace un año la sociedad que lo gestiona decidió bajar la persiana.
La cubierta necesita una remodelación urgente, y la pista de atletismo está sencillamente impracticable. Funcionan en él un hotel, un gimnasio y las oficinas ahora albergan otros negocios.
El sueño de una ciudad (o de parte de ella al menos, quizá los que quieran ver desaparecer al Pizjuán y al Villamarín del corazón de Sevilla para levantar, por ejemplo, pisos) ha caído en el olvido, en la ruina.