Los orígenes del pueblo húngaro no están claros, pero a grosso modo los historiadores coincidimos en que los magiares, la tribu de la que descienden los actuales húngaros, llegó a la cuenca panónica (a orillas del Danubio, para entendernos), desde los montes Urales, en la actual Rusia.
Así se asentaron, en lo que acabaría siendo el reino de Hungría, rodeado de otras etnias completamente diferentes, como son los germánicos y los eslavos. No en vano, el húngaro es un idioma prácticamente único, cuya lengua viva más próxima es el finlandés.
Y este pueblo único y particular hemos dicho que está disperso por medio mundo. El principal motivo de esa diáspora la encontramos en el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro al término de la Primera Guerra Mundial.
Alemania tuvo su trauma con el Pacto de Versalles, Hungría lo tiene con el Tratado de Trianon. Austria-Hungría ya había sido despiezada en varios nuevos estados, pero los vencedores parecían considerar que ese castigo no era suficiente.
Se redibujaron las fronteras del Reino de Hungría, y algunas regiones de mayoría étnica húngara acabaron en manos de sus vecinos, Checoslovaquia, Rumanía y Serbia (Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, para ser correctos), principalmente.
Ha pasado casi un siglo desde aquello, y la actual Hungría no se olvida de los húngaros que viven allende sus fronteras. A nivel interno está la Puskás Akadémia FC, una escuela de fútbol financiada con dinero público, iniciativa del presidente Viktor Orban, pero también se ayuda a los húngaros de fuera de Hungría mediante el fútbol, cuya historia nos cuenta la revista 'Panenka'
El controvertido Orban siempre ha usado el fútbol con fines políticos, y la posibilidad de hacerlo desde la más tierna infancia no iba a dejarse pasar, también en los estados vecinos.
La última escuela de la Puskás Akadémia se ha abierto en el pueblo en el que Orban creció, Felcsút, cerca de la frontera con Eslovaquia. Allá se ha inaugurado un estadio con capacidad para más de 3.500 espectadores. El pueblo tiene menos de 2.000 habitantes.
El gobierno de Orban lleva ya invertidos más de 100 millones de euros en el fútbol. Concretamente, unos 50 solo en clubes 'extranjeros', entre comillas, porque Orban y los húngaros los sienten como suyos.
Son clubes fundados en ciudades que hace un siglo le fueron arrebatadas a Hungría, en las que aún se habla húngaro. Con esos 50 millones se han construido cuatro estadios y más de 15 campos de entrenamiento.
Lo que en otro país sería entendido como un despilfarro, en Hungría, sumida en una ola de nacionalismo exacerbado, se ha celebrado. Porque consideran que es dinero bien invertido en ciudadanos húngaros, que por un tratado infame y abusivo han sido obligados a vivir en otro país.
Son clubes eslovacos, eslovenos, croatas, serbios y rumanos, cuyo éxito es por ahora discreto, algo que a golpe de talonario el gobierno húngaro espera cambiar.
Fútbol y política vuelven a ir de la mano, pues el sentimiento de pertenencia a Hungría parece estar creciendo en estas zonas fronterizas. El mapa de la Vieja Europa nunca dejará de amenazar con volver a redibujarse.