Son 90 minutos, y en la eliminatoria que decide la final, 180. No se puede vender la piel del oso antes de cazarlo y el Betis no lo hizo por cuenta propia, sino empujado y obligado por el carácter y el hambre de Kevin Gameiro.
Herido en combate, con el ojo aún morado de su choque con Piqué, Marcelino acertó al dejarle como revulsivo y confiar en él cuando las piernas flojeaban. La electricidad y el ritmo vertiginoso marcaron el partido y en frescura acabó ganando el Valencia.
Un sueño verde y blanco
Todo estaba de cara en el Benito Villamarín para el Betis. Había cita con la historia -14 años sin jugar una semifinal copera- y el Villamarín fue un compendio de 60.000 gargantas gritando y sufriendo al mismo compás. Fiel a sus principios, Setién apostó por el juego de dominio y ataque y la grada fue un jugador más.
El espíritu de las grandes noches contagió a los leones que pisaban el césped de su coliseo. Como una fiera con hambre, el Betis casi no dio opción en la primera mitad pese al contratiempo de la tempranera lesión de Bartra. Con Lo Celso inspirado, la omnipresencia de Guardado y ese algo de Joaquín, se sucedieron pocas pero destacables ocasiones. Joel tuvo trabajo puntual y salvó dos veces al Betis en un minuto.
Los tantos no pudieron llegar en mejores momentos. Los llamados golpes psicológicos se manifestaron justo en la última jugada de la primera mitad gracias a una jugada de estrategia culminada por Loren, y al inicio de la segunda con un gol olímpico de Joaquín que requirió validación por parte del VAR.
La noche del murciélago Gameiro
De no ser por su salto al campo, Marcelino y los suyos podrían haber vuelto a la Ciudad del Turia con pie y medio fuera, pero la historia puso a Gameiro como obstáculo para el Betis de cara a reencontrarse con una final histórica que, además, se disputará en el mismo Benito Villamarín.
El delantero francés fue un ariete a estrenar ante unos muros que se tambaleaban resistiendo las constantes llegadas valencianistas en la segunda mitad. El Betis supo manejar el partido ganando y también acertó cuando sufría, pero la entrada de Gameiro superó su umbral del dolor.
Pasaron 12 minutos desde que salió hasta que le puso el balón en la misma cabeza a Cheryshev tras una subida por banda izquierda y 32 hasta que, en una contra, aprovechara un pase de la muerte de Rodrigo para silenciar a un Benito Villamarín que acabó con un nudo en la garganta y rezando de cara a la vuelta en Mestalla.