Dentro de una tarde negra para el Valladolid, Jordi Masip la vivió con un punto de más agobio que sus compañeros. No por encajar cuatro tantos, algo que ya es duro de por sí, sino por cómo llegó el tercero, en el que acabó bastante señalado.
De hecho, a día de hoy se queda con la etiqueta de la mayor pifia de la competición. Resultó incomprensible su proceder pasada la media hora de juego, cuando Calero le cedió un balón inocente que acabó convirtiéndose en una pesadilla.
Porque se confió, encaró mal la manera de atacar el esférico y acabó dándole tanta esperanza a Carrillo que le dio tiempo de a llegar a la presión, tirarse a sus pies e impactar con la bola prácticamente sobre la línea para empujar el tanto.
La acción no solo fue dolorosa por el infantil error, sino porque el Valladolid se acababa de poner 1-2 y ello alimentaba las esperanzas de igualar o remontar el duelo. Sin embargo, ese 1-3 fue un jarro de agua fría del que el equipo no se recuperó.