Caminamos por el tránsito de aquel Barcelona excelente al que se tendrá que reinventar cuando Messi se vaya. En esa senda, la magia de Leo es la que maquilla días de tedio y electrifica los partidos de bajo voltaje. San Paolo, con un simulacro futbolístico y sin musas del argentino, premió a los de Setién con un gol de oro. Eso sí, a cambio de tres mazazos para la vuelta y el futuro inmediato: las sanciones de Vidal y Busquets, la duda con el esguince que llevó a Piqué a ser sustituido en el 93'.
Si con Valverde ya se había despegado parte del sello histórico, con Setién la horizontalidad y la política de cero riesgos está ahondando en la previsibilidad del equipo. Gattuso no necesitó más ingeniería táctica que apilar hombres en su frontal para contener a un Barcelona inerte.
La imagen es la de De Jong, trivializado hasta el extremo para dejar de ser un alfil y convertirse en peón. Porque el fútbol de toque, en su versión más mentirosa, está anulando el talento azulgrana. En Nápoles nadie arriesgó. Y aunque ni siquiera el 1-0 daba mucho miedo pensando en en la vuelta, el mensaje de preocupación es más a medio y largo plazo.
Porque este Barça no invita a soñar, por más que esté a seis partidos de levantar la Champions. Messi solo puede resolver una, dos, hasta tres eliminatorias. Pero un Nápoles sin mucho argumento, sin siquiera tener que tirar de su gran arma de la velocidad, le puso en jaque y le hizo sufrir mucho más de lo esperado.
Ambos decepcionaron
En tierra de Maradona, un templo sagrado, no hubo canto al fútbol, sí dos equipos desafinando y deshonrando el legado de San Paolo. Pintaba a eliminatoria de ida y vuelta, a muchos goles. La temeridad de Gattuso y la inoperancia de Setién aburrieron hasta a las bravas gargantas napolitanas.
A día de hoy, hay años luz de Jordi Alba a Junior. Cada lesión del catalán es un drama para el Barça, que pasa de tener un desatascador a un enemigo en casa. Perdió la bola con Zielinski para regalar el 1-0 a los partenopeos en el único tiro a puerta de los primeros 45 minutos. Al menos se pudo ver la clase de Mertens en una definición que convirtió a Ter Stegen en estatua de sal.
Fue la única invocación a Maradona en San Paolo. El rostro de Messi, intermitente y desesperado, componía esa mueca de desesperación que tiñe su alegría más de la cuenta en los últimos meses.
Con un banquillo que ponía a temblar al más optimista y convertía a Ansu Fati en la única esperanza, Setién no movió el árbol; sus jugadores siguieron monocordes en la reanudación. Hasta que el técnico pulsó un botón.
Funcionó. Lo poco del Barça llegó de la mano de Arthur. Salió con más batuta que Rakitic, algo que tampoco era muy complicado. Aunque fue Sergio Busquets el único en romper la gráfica plana con un pase de los de su época de mayor esplondor.
Encontró a Semedo filtrando una asistencia deliciosa y en solo dos toques más, el centro de Semedo y el remate de Griezmann, llegó el 1-1. Fue una gota en el océano, pero también una moraleja necesaria: cuando el Barça acelera y arriesga, no le cuesta hallar premio.
Todo acabó convertido en un circo
El gol del francés a domicilio valía un potosí dado el juego desplegado. El Nápoles se dio cuenta de que su euforía del 1-0 era artificial. Cuesta pensar que en el Camp Nou el Barça no encuentre huecos para romper a un rival que tendrá que arriesgar. Pero con más electricidad y menos monotonía, la eliminatoria podría haber quedado casi cerrada.
Mejoró el Barça por el rebufo anímico de la igualada. Y ahí hubo otra de arena. Dos torpezas defensivas en dos minutos ß ante Insigne y Callejón. Especialmente ante el español, que tenía un mano a mano para la gloria. Cierto es que un minuto después Messi no cazó a quemarropa un centro en el que acabó pateando a Ospina sin querer.
El esperpento que fue casi todo el partido mutó en circo en el tramo final, que dejó un reguero de malas noticias para el futuro inmediato. Arturo Vidal, con torpeza pueril y exceso de pulsaciones, se buscó una roja de callejero. Acababa de ver una amarilla y no tuvo otra que encararse ante Mario Rui en un duelo de machos alfa frente con frente. Y así vio dos tarjetas en cuestión de segundos.
Con diez, el Nápoles subió de segunda a tercera marcha. Pero no forzó su primer córner hasta el minuto 86 (el Barça lo había logrado solo en el 75'). En esas, Piqué, el único central fiable, aterrizó doblándose el tobillo tras un salto y pidió el cambio, aunque luego dijera que no cuando Lenglet estaba para salir. Desde el minuto 93 hasta el 96 final, la dupla francesa se fogueó, quién sabe si para ser el eje central del 'Clásico'.
Además, Griezmann y Messi se volvieron amonestados y apercibidos. La plantilla es corta y anda huérfana de líderes. Y entre partido previsible y partido plomizo, Messi aparecerá y dejará algún día de feria. Pero le sobra fango alrededor para soñar con la "copa linda". No pudo dar un zarpazo al eterno debate en el templo de Maradona. Tendrá que dejarlo para el suyo propio el del Camp Nou. Y así tachar los octavos de final de ese camino empinado hacia la final de Turquía.