La épica del camino más largo

El Tottenham Hotspur es campeón. Era una frase maldita, tabú, que no podía ser pronunciada. Tuvieron que pasar 17 años y tres finales, entre ellas una de la Liga de Campeones, para que el club londinense pudiera al fin celebrar un título. Ese título que se le resistió a la mayor estrella de toda su historia, a Harry Edward Kane, pero que llegó por el camino más largo, después de una temporada nefasta en la que todo se hipotecó a esto. Y sí, mereció la pena.
Los de Ange Postecoglou se llevaron una final en la que hicieron un ejercicio mayúsculo de resistencia para tumbar al Manchester United, el único club que había llegado invicto a estas alturas en las tres competiciones continentales europeas. Se defendieron como gato panza arriba, hicieron falta virguerías y acrobacias (literalmente) para evitar que los 'red devils' forzaran una prórroga que se habría hecho larga. Tanto o más como estas casi dos décadas a cero, de ser el hazmerreír de Londres, que finalmente se acaban.
"Cerramos muchas bocas", decía tras acabar el Cuti Romero. Muchas bocas y una herida histórica. Quizá la euforia pueda tapar ahora lo que habían sido nueve meses de desastre, todo eso que ahora se evidenciará de un Manchester United que se queda con un palmo de narices. A los dos les urge reflexión, pero las penas con pan son menos y este pan sabe a auténtica gloria.
Podía tener todos los decorativos y la purpurina de una final. Un evento muy bonito en un estadio y una ciudad preciosos. Con dos aficiones maravillosas volcadas. Pero no cabe duda de que asistimos al duelo entre el 16º y el 17º de la Premier League, entre dos clubes que tocaron por momentos los géneros del drama y la comedia y que veían esta cita como su única salvación.
El gol tuvo de los dos, según el color de la camiseta con que se mire. Ese semirremate de Brennan Johnson, ese rebote en el brazo de Luke Shaw y la estirada en vano de André Onana, que acabó enredado en la red, si se permite la redundancia. Una imagen muy dura después de un primer tiempo donde el Manchester United había estado más fino.
Ojo, fino, que no necesariamente superior. El equipo de Rúben Amorim tuvo más balón, pero también se le vio tenso con él cuando no pasaba por las botas de Bruno Fernandes o Amad Diallo, los dos que mejor leyeron la final y los dos que más peligro generaron. El extremo fue la vía de los 'red devils' para pisar área, poner nervioso a Vicario y amargarle parte de la noche a Destiny Udogie, al que bailó el ex Atalanta por un lado y por otro.
Tienen los mancunianos ese chakra negativo, una energía o un duendecillo diabólico que les dice perrerías al oído cuando todo parece ir bien. Una fuerza que en momentos puntuales les sube los nervios y les hace cometer errores semiprofesionales. Yoro estuvo a punto de regalar el 1-0 en un desentendimiento con André Onana en el que se arrancó a regatear de espaldas dentro de su área, y Maguire cedió también un balón que Brennan Johnson estrelló primero en el pecho del meta nigeriano y que Sarr mandó después contra el cuerpo del central inglés.
Cuando quedaba muy poquito para el descanso llegó el gol que acabó siendo el del título. Pape Sarr pudo conducir con comodidad y moverse por todo el campo rival. Se echó al costado izquierdo, recibió y la puso al primer palo, por donde entraba Johnson en diagonal. Su remate no fue limpio, pero bastó porque los planetas se alinearon para que esa pelota tocara en Shaw y acabara dentro.
La contribución del Tottenham al fútbol paró ahí, sinceramente. El Manchester United hizo un monólogo durante todo el segundo tiempo, pero un monólogo sin 'punch' ni giro final. El equipo de Rúben Amorim tardó casi 70 minutos en tener una ocasión de peligro verdadero, pero los londinenses estaban decididos a defender ese 1-0 con su salud si hacía falta. Y Micky van de Ven optó por volar para despejar un cabezazo de Hojlund que iba camino de la red tras un mal despeje de Vicario.
El neerlandés se destrozó, se hizo muchísimo daño y pasó varios minutos doliéndose de la cadera. Pero valió la pena. Y aunque Garnacho salió como un obús en busca del empate, ese gol no llegó. Tampoco el de la tranquilidad, porque en lo poco que salió, al Tottenham le faltaron energías. Hasta a Son, recién salido pero claramente fuera de forma. Y Solanke, que pudo controlar y rematar para el 2-0, lo desaprovechó por no acomodar la pelota bien.
Postecoglou metió todos los defensas que le quedaban en el banquillo, formó una doble barrera dentro de su área y dijo "que sea lo que Dios quiera". Y su designio fue que el Tottenham Hotspur, casi dos décadas después, tenía que ser campeón. Estalló San Mamés en júbilo londinense. Nunca habían ganado en suelo español, donde en 2019 perdieron ante el Liverpool de Klopp toda una Champions League. No es lo mismo, pero vaya si sirve de consuelo.