Apenas levantaba un palmo del suelo, literalmente, y ya tocaba el cielo. En la conquista el primer Campeonato del Mundo alevín de Fútbol 7 de la historia ahí andaba él. Con el mismo rostro que ahora, con esa camiseta de España que le quedaba grande. Con el balón pegado en los pies.
Fue clave en esa Selección. Con 12 añitos. Y ello supuso el principio del fin en Málaga. Ya estaba en el escaparate pese a ser un crío. Porque la del pizarreño es una historia de ascensos. El primero, a la gloria.
Si en su pueblo ya era una institución por dar el salto al Málaga, cuando el Barcelona se encaprichó de él para llevárselo a La Masia se organizaban excursiones de autobuses para ir a verlo.
Se fue justo cuando su hermano se proclamaba campeón de España juvenil con el equipo blanquiazul, la proeza de Cambrils. Decían que Gala (se llama Juan Antonio, realmente) era el bueno. Ciertamente, su hermano poseía la calidad. Pero Dani tenía ángel.
Gran currículum
Se mostró en el Camp Nou, siempre fue respetado allí. Hizo buena pareja con Thiago en las inferiores. Pero hubo que buscar la suerte en otro lado. Hasta que pisó otro de los grandes templos del fútbol, Anfield. Allí se hizo importante, consiguió aprender inglés y encontró su hueco.
Reina lo apadrinó, Arbeloa se convirtió en su hermano mayor. Y hacían vida juntos. Incluso él mismo se convirtió en mentor de Francis Durán, otro talento de la cantera malagueña, cuando tuvo la suerte de recalar allí.
Y, a su vuelta a España, comenzó a ser el talismán de los ascensos. Con Norwich, Betis, Alavés y Getafe logró lo que ahora pretende en el equipo de su ciudad. En esa Rosaleda en la que estuvo más veces en la grada que en el césped.
Dani Pacheco está de regreso. Para sumar el quinto a su colección. Para demostrar que hay trenes que sí vuelven. Para recordar que si fue un fijo en las inferiores de la Selección Española y cada verano varios clubes se pegan por él, es por algo.