Vuelve a ser un puño apretado

"Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina", reza la narración más inolvidable de la historia del fútbol. La de la emoción después de la angustia, la del estallido de júbilo cuando crees que te estampas con el suelo. Como Diego Armando Maradona hace 32 años, Marcos Rojo puso a todo un país en órbita cuando a cinco minutos de final las lágrimas eran 'Trending Topic'.
En un derechazo de un central zurdo, en la anarquía absoluta, la 'Albiceleste' encontró un premio que tuvo en sus botas Ighalo en dos ocasiones. Antes del tanto de Rojo, el ex del Granada perdonó dos opciones clarísimas de gol. La segunda, detenida por un Armani que hizo bueno el cambio en la portería de Sampaoli, al que le faltó terreno de juego para festejar.
El epílogo del partido sólo se entiende desde la pasión del que ama el fútbol. En eso tiene un máster la hinchada argentina, que ya tenía los 'memes' y las críticas reservadas a un 'click' de distancia. Tendrán que tragar veneno los más duros, como bien diría Marcelo Bielsa. Messi y compañía renovaron ilusiones que parecían perdidas y que Rojo -sí, fue Rojo- recuperó.
Al fin Messi, aunque sea un rato
Sampaoli agitó tanto el árbol que a punto estuvo el olmo de darle peras. Cinco cambios de nombre, un movimiento táctico para regresar a los cuatro defensas. La alineación de los jugadores, dicen en Argentina. Da igual, funcionó. Sobre todo en unos primeros 45 minutos de buen nivel, ilusionantes para lo que está por venir. Quizá sólo hacía falta colocar a los buenos y que lo hicieran en su sitio.
En esa mejoría grupal, el que más lo notó fue Leo Messi. 660 minutos después, en el 14' del partido que nos concierne, Messi volvió a ser Messi. Medio gol fue de Banega, al que Sampaoli se empeñó en esconder cuando tiene más fútbol que media Selección. Pase sublime a la espalda, control exquisito de Messi y definición con la diestra. Un gol que necesitaba el '10', Sampaoli y hasta el último de los argentinos.
Con Maradona como un poseso en la grada, Mascherano se empeñó en fastidiar la fiesta. En la primera mitad falló tres veces de forma infantil en la salida de balón, avanzando lo que estaba por venir. Argentina proponía fútbol y Messi la envió al palo de falta cuando ya cantaba el 0-2. Camino del descanso, el corazón volvía a latir para la 'Albiceleste'.
Pifia de Mascherano y recta final taquicárdica
Mascherano, con el que comenzaron buena parte de los problemas por su convocatoria, estuvo cerca de volcar por el precipicio a toda una generación. A la 'era Messi', para ser más exactos. Un córner sin ningún peligro propició que 'Masche', que debe poner cabeza y no nerviosismo, agarrara a Balogun. Cakir no dudó, Moses no falló y Nigeria volvía a estar en octavos.
El tanto africano constató que Argentina no sabe navegar en contra de la corriente. Se descontroló, los pollos perdieron la cabeza y Sampaoli tiró de sus relevos como el que lanza los dados al aire. Probó, pero solo Pavón aportó algo desde el banquillo. Ante las dudas argentinas, Nigeria propuso valentía y juego a las espaldas, suficiente para atemorizar con muy poco.
Así llegaron las dos ocasiones de Ighalo, la primera después de una mano de Rojo que Cakir no estimó como penalti tras consultar con el VAR. Estaba todo perdido, Messi pasó a ser su sombra y las armas comenzaron a cargarse.
Faltaba la bala de Rojo, inesperado héroe. Donde se esperaba a Higuaín, Agüero o Messi apareció el del Manchester United, con la diestra y la tranquilidad de un delantero acostumbrado a momentos así. No lo estaba y nunca lo estará, pero eso ahora importa poco. Argentina estará en octavos, en un duelo durísimo ante Francia. Estaba muerta, pero ahora nadie la quiere ver.