En el cuento, era un lobo el que soplaba una casa de ladrillos sin lograr, lógicamente, resultado alguno más que la desesperación. En Anoeta, fue una loba la que se refugió tras esa consistente construcción del mismo color que las camisetas de una Roma que apenas sintió rasguño alguno ante los intencionados pero insuficientes soplidos de la Real Sociedad.
Aleksander Isak se fue y, con él, esa verticalidad que, a veces, ayudaba a la Real a superar sus dificultades en el área rival. El equipo de Imanol Alguacil toca mucho y bien, combina, propone, se asocia y quiere, pero no siempre puede. Su cuerpo, su cara y su boca son más feroces que sus colmillos, esos que, al fin y al cabo, dan de comer en el fútbol.
Sorloth está lejos de ser ese depredador de área que se necesita en estos casos. Brais Méndez, Oyarzabal, Mikel Merino, Silva, Kubo, Ali Cho y cía son grandes opciones para llegar con calidad y repetición al área, pero tampoco tienen la llave de la puerta de la misma. Y la Roma lo sabía.
José Mourinho siguió uno de sus planes favoritos: que no pase nada. Sus equipos pueden aburrir, pero son efectivos. Es el negativo de la Real. Todo lo contrario. Austeridad para celebrar en vez de alegría para lamentar. Sea como fuere, en este caso le salió a la perfección. Rui Patricio apenas tuvo que intervenir pese a las llegadas y remates lejanos de los locales, algo que habla muy bien del sistema defensivo, sobre todo de la retaguardia, de los italianos.
Fueron casi incontables los intentos lejanos de Brais, Mikel Merino, Le Normand o Diego Rico que chocaron una y otra vez en Smalling y compañía. El defensa inglés atrajo como un imán a buena parte de esos balones. Las pocas veces que encontró el equipo donostiarra alguna fisura en el muro, Sorloth no anduvo lo rápido y lo hábil que se necesita estar. Y así pasó el tiempo hasta que la desesperación dejó paso a la frustración y a la desilusión.
La Roma salió mejor, pero fue cosa de los primeros minutos. Enseguida entendió que las papas estaban en el otro área, en su área. Sorloth avisó con un remate bloqueado en el área y Dybala respondió con un tiro desde la frontal que desvió el noruego a córner.
Empezó a subir las marchas el cuadro 'txuri-urdin' al ver que tenía metros, pero cada vez menos tiempo para llegar a la remontada. De forma casi seguida, el noruego no pudo tirar (o prefirió no hacerlo) en dos llegadas peligrosas que dejaron de serlo pronto antes de dos avisos consecutivos en los que sí tuvo que aparecer Rui Patricio.
Pocas grietas, cero daño
Tres tiros fueron los que necesitaron de su trabajo. Y los tres, centrados. Brais, desde la frontal, soltó un zurdazo que blocó con seguridad. Al minuto y poco, fue Mikel Merino el que repitió casi la misma fórmula. Y ya no sería hasta el 68' cuando Oyarzabal, en una doble y clarísima ocasión, se topó con su reacción en un tiro, eso sí, al centro.
En ese minuto fue donde, realmente, la esperanza de la Real terminó de morir. El '10' se había desmarcado y rematado a la perfección un córner para toparse con el meta luso. E incluso cazó el rechace en el área chica y, esta vez sí, logró evitar el portero, pero la pelota dio en el larguero. Fue el resumen perfecto del partido.
Decimos que terminó de morir porque empezó a hacerlo en el 47'. Brais encontró a Sorloth con un centro medido en el punto de penalti, este se deshizo de su par y, sin marca alguna, remató muy desviado con la cabeza. Estaba completamente solo y, al fin, aparecían grietas en la muralla. Pero no atinó a colarse en ella.
Entre medias, tiros bloqueados, más posesión que finalización y un ejercicio de resiliencia casi perfecto de la Roma, que incluso marcó antes del descanso, pero el tanto de Smalling fue con la mano y, por ende, no subió al marcador. El partido fue muriendo con algún cabezazo peligroso de Zubeldia, un disparo cruzado de Kubo y una roja por doble amarilla y por desesperación a Carlos Fernández.
Lo mejor, el reconocimiento de la afición, que acabó los minutos finales entonando el himno en reconocimiento a un equipo que quiso, que se acercó a poder, pero al que le faltó mejor arma que los voluntariosos pero inocentes soplidos.