Los ciclos ganadores comienzan con partidos icónicos y también suelen cerrarse igual. El Barça del 2-6 en el Bernabéu, en el que Messi alcanzó la mayoría de edad futbolística, despidió una década gloriosa en Lisboa con una derrota igual de exagerada y lo que es peor: muy explicable. El Bayern fue el verdugo de uno de los mejores equipos de la historia, que ya no es ni la sombra del que un día maravilló a todo el planeta.
El Barça tiene nueva ciudad europea que unir a una lista que se ha hecho demasiado grande en los últimos tiempos. París, Roma o Liverpool quedaron en un juego de niños al lado de este 2-8 que se lleva el Barcelona de un Bayern que tiene una pinta fenomenal y puede ser un buen espejo para la reconstrucción 'culé'. Tiene veteranos, pero también jóvenes muy válidos como los que ya han llegado a la Ciudad Condal.
Todo empezó mal para los azulgranas. Los bávaros ganaron la primera batalla y ni tan siquiera habían saltado al terreno de juego. Setién reforzó el centro del campo y traicionó tanto sus principios como los del propio Barcelona. La guerra del miedo se la llevó Flick. Y solo fue la primera de muchas.
Al Barça no le sirvió la entrada de Vidal y no le funcionó nada en general. A los cuatro minutos, Müller había hecho el primero después de una maravillosa jugada de los de Flick. El alemán, que firmó un doblete y estuvo en todos los lados, demostró que hay mucho más en la edad de un jugador que lo que marca el DNI.
Müller, un joven de 30 años
Con Müller rejuvenecido y Busquets, Suárez o Piqué señalados, el Barça tuvo la suerte de volver a meterse en el partido en una acción de tremenda fortuna. Jordi Alba demostró que donde hubo fuego quedan cenizas y Alaba se hizo un lío al intentar evitar que el balón le llegara a Suárez.
El impulso le sirvió al Barça para creerse que podía hacer frente a un gigante. Y no hay nada peor para una leyenda en horas bajas que sentirse lo que no es. Tras una gran ocasión de Suárez y un palo casi sin querer de Messi, comenzó el festival del Bayern.
En seis minutos, el Barça pasó del posible 2-1 al 1-3. A los alemanes no les hacía falta nada para crear peligro. El agujero de la banda de Semedo terminó convirtiéndose en un pozo sin fondo para las esperanzas azulgranas. Tampoco ayudaron un errático Piqué y un Lenglet que empezó bien y terminó también caricaturizado por los de Flick.
Entre Sergi Roberto y Semedo regalaron el 1-2. Inexplicable pase del luso y nefasto control del canterano de La Masia. Perisic descifró el camino del gol tras un bonito pase filtrado de Gnabry. El Barça era un mar de fallos y el Bayern, pura solidaridad. Gnabry, que regaló el segundo, firmó el tercero tras un pase al primer toque fastuoso de Goretzka.
Las sensaciones no eran las mejores, pero el Barça seguía enganchado a la vida en Lisboa a pesar de que Ter Stegen tenía que multiplicarse para tapar los errores de sus compañeros y hasta los suyos propios. Y no se sabía cómo ni por qué.
A la media hora llegó el cuarto, anotado de nuevo por Müller. Continuó el carrusel de errores de un Semedo que quiso proteger un saque de puerta y acabó recogiendo el balón de su portería para sacar de centro. Kimmich la puso al corazón del área y el eterno delantero alemán se adelantó una vez más a todos.
Del espejismo a la venganza
El final del primer tiempo, con algo más de balón del Barça, dio un cierto optimismo para la segunda parte que tuvo algo de continuidad con el golazo de Suárez. El uruguayo, una isla durante todo el choque, aprovechó la que tuvo como aquel cazagoles del patio del colegio que se queda siempre en el área. No hizo mucho más en el partido, pero al menos se quitó su maleficio lejos de Europa en la Champions. Para nada.
Los azulgranas volvían a estar a dos goles, pero la diferencia real entre ambos equipos era mucho mayor. Se temía un posible bajón físico del Barcelona y este llegó, a pesar de que el Bayern dejó de ir tan decididamente a por la goleada y empezó a pensar en las semifinales.
El 2-5 terminó de ridiculizar a un Semedo que le regaló el lado bueno a Davies. El norteamericano solo necesitó una finta de alevines para irse del portugués, poner la directa y regalar a Kimmich, también sin vigilancia, la 'manita'. En aquellos momentos, el Barça ya era un completo desastre en el que todos hacían la guerra por su cuenta. Coman entró y casi marca el sexto en menos de un minuto.
Nada ayudó el cambio a lo bonzo de Setién. Con 20 minutos por delante, metió a Ansu Fati por Busquets: papelón para el canterano, que no desentonó en lo poco que pudo hacer como sí hizo un Messi desactivado y hasta desanimado.
Al Barça le faltaba la estocada y lo peor que le podía pasar era que se la diera un viejo conocido. Coutinho dispuso de un cuarto de hora y menos mal para los 'culés' que no jugó más, pues se cobró varias facturas con recargo.
De las sonrisitas del 2-6, que le regaló a Lewandowski, al doblete final entre mil perdones y ante un equipo al que tendrá que regresar en cuestión de semanas. Fue la puntilla para una temporada, un proyecto y un ciclo consumido, en un club que pide a gritos elecciones anticipadas y un gran cambio de rumbo con un futuro al borde del precipicio.