La fecha era especial para la localidad del sur de la capital que, sin embargo, ya podía presumir de haber dado cobijo a los blancos en el pasado. Fue en dos temporadas consecutivas, en la 2003-2004 y en la 2004-2005.
Una Copa del Rey que mantenía por entonces el guiño al partido único fue el telón de fondo. El primer envite resultó un choque loco que Solari mandó a la prórroga casi en la agonía y solventó Raúl con un gol posterior. El segundo se resolvió por 1-2.
La realidad era ahora bien distinta y los blanquiazules afrontaban una cita con la que habían soñado desde la tarde mágica en la que lograron el ascenso a la máxima categoría venciendo al Mirandés en Anduva.
Como era de esperar respondió la afición. Pese a que los abonados debían pagar entrada al ser decretado el duelo 'Día del club', pronto se colgó el cartel de no hay billetes en un estadio que fue cogiendo color conforme pasaba la tarde.
Los aparcamientos colindantes estaban a rebosar, en las inmediaciones se veían bufandas conmemorativas, dentro olía a bocadillo de panceta y se respiraba ilusión. Una mezcla de sensaciones que pintaban un interesante mosaico futbolístico.
La danza tradicional jordana que se bailó en el césped por iniciativa de uno de los patrocinadores aceleró el ambiente y la locura estalló cuando los equipos salieron del túnel de vestuarios. Hubo incluso tiempo para tener un detalle nostálgico con el saque de honor que llevó a cabo Félix González, jugador histórico de la entidad.
Las gargantas mostraban predisposición a animar si bien sufrieron un duro revés cuando el Real Madrid exhibió potencial ofensivo para ponerse 0-3 arriba en pocos minutos. Los goles se celebraron tímidamente en algunos sectores de la grada, ocupados por aficionados visitantes.
Parecía pues que el sueño de la hazaña estaba pronto extinguido sin apenas haberlo podido disfrutar. Pero el destino le guardaba un momento de apoteosis al Leganés. Los tantos de los brasileños Gabriel y Luciano revolucionaron los ánimos e invitaron a creer de nuevo. Se cantó a Siovas y el 'dale, dale, dale pepinero'. Había vida.
Tras el descanso, donde la atención pasó a estar en los transistores para saber qué sucedía en los campos en los que estaban involucrados otros clubes que luchan por la permanencia, volvió la fiesta.
Desgraciadamente para los locales, recibieron un golpe cruel cuando estaban aún asentándose de cara a la nueva batalla. Mantovani, el capitán y uno de los supervivientes de la etapa de Segunda B, marcó en propia puerta tras un córner. Solo quedaba reaccionar en busca de otro tanto revitalizante.
Este no llegó pero al menos los aficionados pudieron salir del estadio con la cabeza alta y sin nada que reprocharse. Cumplieron con su parte contribuyendo con todo lo que estaba en su mano para llevar al equipo en volandas ante un rival al que solo se podía esperar en Copa hace años.
El objetivo ahora es que este escenario no sea aislado y se repita en las jornadas que aún restan para el final de la campaña. Convertir Butarque en un fortín donde sumar méritos para la salvación. Basta con lograr que cada choque sea algo mágico. Carlos Mateos Gil