La Liga de Bielorrusia es algo así como la orquesta del Titanic, que sigue tocando mientras el barco se hunde. El fútbol no para, ni se juega a puerta cerrada, pero cada vez más voces críticas claman ante esta situación.
El último en alzar la voz ha sido Ognjen Rolovic, futbolista montenegrino del FC Minsk, quien ha asegurado, en declaraciones a 'Sportsmail' que hay una gran presión social para seguir jugando.
"Es una locura que seamos los únicos que seguimos jugando", empezó diciendo el futbolista balcánico, recién llegado al club de la capital bielorrusa tras disputar el pasado curso la Liga Georgiana en el Saburtalo.
Aludió entonces a la citada presión social. "La gente actúa como si no fuera nada, como si no tuviéramos que tener miedo. Hay una extraña mentalidad que dice que si esto te da miedo no eres un hombre", explicó al citado medio.
Rolovic es uno de los pocos jugadores de la Vysheyshaya Liga (nombre oficial de la Liga de Bielorrusia) que habla inglés, motivo por el cual el 'Daily Mail' le entrevistó.
"Es difícil concentrarse en el fútbol. No sabes dónde han estado los otros jugadores, o con quién han estado en contacto", explicó.
Dijo sentirse prisionero de su contrato. "Tienes un contrato y no puedes decir que te niegas a jugar o a entrenar, y además tienes a tu familia en casa diciéndote que por favor tengas cuidado. Estás entre la espada y la pared", relató.
Ha alzado la voz, pero está convencido de que no es el único que piensa así. "Creo que si los jugadores pudieran votar, el 90% diría que deberíamos dejar de entrenar y cortar", afirmó.
El Minsk de Rolovic juega este domingo ante el Energetik-BGU como visitante, en un duelo directo por el liderato, el cual fue a parar a manos del Slavia Mozyr de forma temporal este sábado.
Pero, pese a las protestas, el espectáculo debe continuar en Bielorrusia. Peor aún, no solo se juega la Liga, se disputa con público.
Y Aleksandr Lukashenko, su presidente desde 1994 (denominado por sus detractores como "el último dictador de Europa", a la espera de ver qué sucede con la deriva autoritaria de Viktor Orbán en Hungría), se permite el lujo de bromear al respecto de la pandemia que ha paralizado a Europa.