El fútbol de Alemania es tan industrial como su cultura. Ha evolucionado hacia maneras más seductoras, pero cada década hay que contar con que habrá parido un talento producto de ingeniería. Kai Havertz (Aguisgrán, 1999) es ese nuevo exponente. Un jugador que parece no tener defectos, que ejecuta sus misiones con precisión cirujana. Que lo hace bien y bonito.
Quizá le vaya en las venas hasta chico nacido en la cuna del emperador Carlomagno. No en vano, con 20 ya es todo un líder en el Bayer Leverkusen. Y acumula la burrada de 139 encuentros oficiales. Sin ser veterano, manda en el ataque. Sin ser delantero, suma 38 tantos. Sin ser una estrella, brilla en la Bundesliga.
A punto de reiniciarse la competición, la que le interrumpió una racha de ocho partidos seguidos marcando o asistiendo, tiene en su mano abrochar otro año glorioso. ProFootballDB le define desde los números: acumula diez tantos y ocho asistencias, es el centrocampista de las grandes ligas que con 20 años o menos más pases genera por 90 minutos (2.51) y el segundo que más asistencias produce (0.24). Un escándalo.
Todo porque este chico de cara lavada, que en el campo compone una mueca impertérrita, sabe asociarse y entiende a la perfección el juego. Lo más delicioso es su juego de retrovisores: sus pases son eficiencia y estética. Sus goles también, es de esos llegadores a los que les gusta dar pases a la red. Por si fuera poco, suma una punta de velocidad explosiva. Han llegado a medirle 35 km/h en algún partido en la Bundesliga.
La Selección Alemana sigue teniendo un hueco simbólico tras la marcha de Özil, al que Havertz tiene hiperestudiado y del que siempre ha admirado su calma para tomar decisiones. Y aunque también él muestra bajas pulsaciones en el campo, no para de romper récords de precocidad. El más joven en debutar en Bundesliga con el Bayer (17 años y 126 días) ya pide paso a Löw. No en vano, en las inferiores siempre fue el referente pese a jugar con menos años del corte.
De no ser por la crisis del coronavirus, algún club hubiera tirado la casa por la ventana por él. No es para menos. Llegará ese momento.