Mientras el barcelonismo llora, Messi se debe seguir preguntando cómo entró el cuarto gol del Liverpool. El '10' azulgrana ni siquiera estaba mirando cuando Alexander-Arnold tiró de pillería para regalarle a Origi un hueco en el rincón de las leyendas de Anfield. Un tipo que estuvo a punto de salir en invierno y que apenas contaba para Klopp fue el verdugo del Barça, que intercala momentos épicos y legendarios con trastadas histriónicas como la de Roma o Liverpool desde la aparición de Messi.
Cuando el tiempo, siempre juez inexorable, corra más de la cuenta, se echará la vista atrás y se mirará con admiración y cierta sensación de oportunidad perdida la excepcional época de Messi en el Barça. Porque el conjunto azulgrana no ha sabido rodear bien al jugador más determinante de su generación y probablemente de la historia. Porque una serie de despistes infantiles, cierta desgana y una incomprensible fatiga acumulada se llevaron por delante la exhibición apoteósica del argentino en la ida.
Lamentó las ocasiones perdidas a sabiendas de que esto podía pasar. Hay muchos que ahora le reclaman que no apareciera en Anfield (regaló a sus compañeros tres mano a mano, remató rozando el palo y en otro topó con Alisson), pero lo que no tuvo fue una compañía a su altura. Empezando por el entrenador, que con la Liga resuelta ha llevado al equipo con el físico al límite al partido más importante de la temporada. Quemó a Suárez, desfondó a un Busquets que vive en la reserva, apagó a Rakitic... Y esta vez no hubo Ter Stegen al que agarrarse.
La excusa de un mal día sobra ante jugadores a los que se les requiere en días como este, cuando la pelota quema, cuando el rival te empuja y el escenario te ahoga. Generó ocasiones el Barça, pero se le encogió el brazo en la verdad. El 1-0 de Origi fue como pasar por la Via Apia y ver a los rebeldes de Espartaco crucificados. Un aviso a navegantes.
Entonces apareció Messi. Generó hasta cuatro ocasiones para él y sus compañeros, pero ninguno acertó. Como tampoco acertó Dembele en la ida. "¿Qué más puedo hacer?", debió preguntarse cuando dejó solo a Jordi Alba y Suárez ante Alisson.
Atrás, otrora fortaleza del Barça esta campaña, el equipo se mostraba frágil. Nadie estuvo a su nivel. Pareciera una pesadilla. Como en Roma, el Barça se fue entregando al destino sin casi revolverse. La espiral de autodestrucción se consumó en la ridiculez del 4-0. Una distracción impropia de la tensión en la que se encontraba el partido en ese momento. De los 22 jugadores que estaban en el campo, sólo dos se enteraron de la película.
7 de mayo de 2019
Y bastó para ensombrecerle el semblante a un Messi destruido. Tuvo hasta que mirar dos veces el escudo, por si de repente estuviera jugando con Argentina sin saberlo. Por si Suárez había mutado en Higuaín y el resto eran pollos sin cabeza. No era así.
Y es que una vez puede ser un accidente, pero dos seguidas ya implica algo más. Cuando ya parece tendencia (París, Turín, Roma, Liverpool...) es un problema a analizar. El jugador que les ha dado todo no se merecía semejante soledad. El mismo que hace siete días dio la cara por Coutinho ante su gente, hoy se estará preguntando cómo se la ha podido devolver así. Nefasto partido del brasileño, otro más. Messi es un futbolista descomunal, pero no puede hacerlo todo solo. A Cristiano, su némesis deportiva, siempre le apareció un compañero en esas cuatro Champions que ganó de blanco en los últimos cinco años. Él siempre sostuvo, pero en la verdad aparecieron los Ramos, Modric, Bale... hasta Casemiro y Benzema. Isco u Asensio.
En el Barça volvieron a esconderse, despreciando la renta que el '10' les había regalado en la ida. Como cuando usas cargadores falsos en un movil Apple y te acabas cargando la batería. En el Camp Nou no están sabiendo complementar a Messi, que sigue huérfano de Xavi e Iniesta. Coutinho y Dembele no son ni medio Neymar. Boateng no es ni la pierna mala de Pedro, Busquets ya no tiene pilas, a Rakitic se le han agotado... más los Malcom, Semedo y unos canteranos que han vuelto a ser relleno puro y duro. Y así, otra Champions a la basura. Y ya cumple 32. No te merecen, Leo...